La alianza imposible
Bajo Fuego. Por: José Antonio Rivera Rosales
[caption id="attachment_94760" align="alignleft" width="194"] José Antonio Rivera Rosales[/caption]
Está claro que de ningún modo procederá una eventual alianza de la izquierda para los comicios de 2018 en Guerrero, lo que abre la puerta a un escenario incierto en el que los únicos que salen perdiendo son los ciudadanos de a pie.
También es de claridad meridiana que las dirigencias de los principales partidos de izquierda han hecho hasta lo imposible para cerrar la puerta a una alianza que fue promovida con suficiencia por exdirigentes y líderes naturales del Partido de la Revolución Democrática (PRD), incluida la izquierda histórica.
Particularmente la dirigencia formal del PRD, dominada por la corriente Nueva Izquierda, se ha esforzado en mantener la hegemonía del control partidario a expensas de los resultados electorales, donde no parece que les irá bien a menos surjan nuevos liderazgos que pudieran concitar el interés de las masas.
Esa dirigencia formal -integrada por Jesús Zambrano, Jesús Ortega, Alejandra Barrales y Beatriz Mojica- canceló la eventualidad de una alianza con Morena, lo que de facto cancela la viabilidad a un tercero en discordia, como lo es Movimiento Ciudadano, con lo cual la única ganadora será la élite neoliberal que gobierna al país (todavía).
La única posibilidad de sumar fuerzas contra las élites sería que las militancias, esas que con horror han visto la irrupción de la delincuencia organizada en las postulaciones partidarias, abandonen a sus respectivos partidos y se sumen al proyecto político de Morena, que hasta ahora parece ser la única opción viable para una gran número de mexicanos.
Andrés Manuel López Obrador puso su grano de arena a la discordia partidista cuando afirmó, fuerte y claro, que tanto el PAN como el PRD -que recién anunciaron alianzas contranatura- no son más que “paleros” de la elite neoliberal representada por el partido tricolor. Es verdad, pero quizá no era el mejor momento para decirlo.
Inclusive, durante su mitin en Chilpancingo el pasado día 6, López Obrador estableció un plazo fatal: advirtió al PRD que si antes del 4 de junio no tomaba distancia de la elite del poder -entiéndase el Pacto por México-, ya no habrá posibilidad alguna de alianza.
Cada partido, pues, juega sus cartas según sus conveniencias.
Lamentablemente ninguna de esas formaciones partidarias -PRI, PAN, PRD- parece tomar en cuenta el interés popular, que se ha comenzado a manifestar claramente en favor de la alternativa que representa López Obrador -aunque en el futuro, si es que accede al poder, pudiera terminar defraudando a los mexicanos, y a los guerrerenses en particular-.
Aunque es clara la simpatía que Morena genera entre los ciudadanos de a pie de Guerrero, la mejor muestra de que nadie las tiene todas consigo se produjo los días 6 y 7 de mayo, cuando hubo demostraciones fallidas de asistencia entre Morena y las huestes del PRD.
Así, en palabras del extinto gobernador Rubén Figueroa Figueroa, “la caballada está flaca”, en referencia ahora a los candidatos de izquierda que se vieron desdibujados al frente de contingentes escuálidos que apenas sumaron algunos miles. Claro que fue más decepcionante la manifestación de López Obrador, que no alcanzó a llenar el primer cuadro del zócalo capitalino cuando en realidad se esperaba una asistencia más nutrida, quizá de unos 30 mil simpatizantes.
Si lo que pasó el 6 de mayo en Morena fue una falla de logística, la responsabilidad recae en los comités locales -léase Pablo Amílcar Sandoval, Marcial Rodríguez y toda la fauna nociva que les acompaña, que la pasan peleando entre sí-, quienes no supieron estar a la altura del compromiso y, como era de esperar, se repartieron las culpas entre ellos.
Quien pretendió aprovechar el momento fue el médico Javier Solorio Almazán, que ya se comporta como candidato de Morena cuando ni él, ni ninguno de sus promotores, tienen las prendas para asumir tal responsabilidad. El candidato es otra persona que ni siquiera asoma la nariz.
Así pues, en el horizonte cercano no parece haber posibilidad alguna de establecer alguna alianza entre el PRD, MC y Morena, lo que augura un proceso de pulverización del voto de izquierda, con un resultado impredecible.
En este escenario inestable el aparente ganador parece ser Ricardo Taja Ramírez, el aspirante más adelantado en el PRI -de hecho, hay quien afirma que ya es el candidato priista a la alcaldía de Acapulco-, que buscará aprovechar esta polarización de la izquierda para agenciarse la tan anhelada alcaldía porteña, la más importante y caudalosa del estado de Guerrero. Sólo que para ello Taja tendrá que tomar distancia de sus amigos entre las bandas criminales.
Este último factor, el de las amistades peligrosas de Taja Ramírez, parece que obrará en su contra cuando se trate de la búsqueda del voto popular especialmente en la periferia de Acapulco.
Aún con todas las críticas que pudieran generar, dos jóvenes son los más visibles liderazgos que pudieran generar ascendencia e interés entre el electorado local: Evodio Velázquez Aguirre y Rubén Figueroa Smutny, quienes parecen estar en la fase de la resolución de participar o no en el proceso electoral en ciernes, cada uno con su estilo muy personal.
Entre tantos liderazgos vetustos en la izquierda y la derecha, ambos jóvenes tendrán que demostrar de qué están hechos para participar en el proceso comicial venidero. El joven edil deberá valorar su desempeño en el combate a la inseguridad -más que la obra pública-, mientras el segundo deberá definir su postura y su vocación de servicio en favor de los más vulnerables, que son la mayoría de los guerrerenses en general y de los acapulqueños en particular.
En este proceso comicial de 2018 en particular, quienes busquen el triunfo deberán centrar su proyecto político en el relevo generacional que ya cataliza las decisiones de los centros de poder. Quien no entienda que debe dirigir su oferta hacia un público joven, está perdido. Esto se torna cada vez más interesante.