Ochoa contra la nomenklatura
Ochoa
Estrictamente Personal. Por: Raymundo Riva Palacio
1er. TIEMPO: El viejo PRI, lleno de ratas. Era un momento de gran felicidad. El equipo de campaña de Enrique Peña Nieto celebraba con la élite del PRI la victoria sobre Andrés Manuel López Obrador. Ya entrada la noche, pasado de copas, a uno de los más cercanos colaboradores del candidato ganador se soltó la lengua. “Con todas estas ratas”, le dijo a un priista mientras señalaba con los ojos a los gobernadores, “antes nos alcanzó para ganar”. En el equipo compacto de Peña Nieto nunca había habido respeto hacia ellos. Todo lo que oliera a priista, decían, era un lastre que tenía que ser arrojado por la borda. Eran funcionales en coyunturas, como para los financiamientos opacos de la campaña presidencial, entregando recursos que levantaran quejas en las ventanillas de la Secretaría de Organización del PRI y de la coordinación de la campaña. A Peña Nieto, que tenía un código priista, lo iban a cercar y paulatinamente lo alejarían de sus raíces. En Los Pinos, en los primeros meses de su gobierno, Peña Nieto recibió al Comité Ejecutivo Nacional en el Salón “Adolfo López Mateos” y les dijo que con él, habría una “cercana distancia”, parafraseando en positivo la frase que acuñó Liébano Sáenz para su jefe, el Presidente Ernesto Zedillo, con respecto al PRI. La “sana distancia” zedillista no regresaría, confirmó Peña Nieto a los priistas, que salieron reconfortados y alegres con su Presidente. No tardó mucho en venir la decepción. Era tan negativa su imagen ante el electorado y tan grande su pérdida de consenso –el encapsulamiento ya estaba materializado-, que en las elecciones federales de 2015 lo borraron de las campañas. Siguió su caída en las elecciones de gobernadores en junio, pero ya no bastó que lo eliminaran de la propaganda: sus negativos y su política económica, fueron plomo en el mar electoral. No lo ven así en su entorno. Es la corrupción de los priistas, a quienes habría que eliminar para sobrevivir, comenzando por los gobernadores tricolores. La primera bala fue disparada la semana pasada. Se llama Enrique Ochoa, quien buscará ser el sepultador de la nomenklatura.
2º. TIEMPO: El fruto de un charolazo con Stiglitz. En la década de los 90’s el ITAM se convirtió en la fábrica de la nueva clase gobernante. De ahí salieron dos jóvenes que coincidieron en la Universidad de Columbia y compartieron departamento en Nueva York. Eran Alejandro Murat, de una de las familias políticas del PRI, y Enrique Ochoa, un priista sin padrinos. Habilidosos y con la idea fija de hacer carrera política, aprovecharon sus viejas relaciones en el ITAM y a través de ese networking –léase Luis Videgaray, que era secretario de Finanzas en el gobierno estatal- llevaron a su profesor, Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía en 2001, a un seminario internacional en el spa El Santuario, en Valle de Bravo. Lo habían organizado para el entonces gobernador Arturo Montiel, que quería ser Presidente, pero quien se quedó impresionado por ellos fue un joven de carrera ascendente, Enrique Peña Nieto. Cuando comenzó su gobierno en el estado de México, Peña Nieto no dudó en contratar a esos jóvenes. Murat, sería director del Instituto de la Función Registral, y Ochoa asesor. Videgaray era el gozne que vinculaba a el hambre -de Peña Nieto, intelectualmente limitado- y las ganas de comer -jóvenes con los conocimientos y capacidades técnicas de las que carecía-. La relación con Ochoa se fue fortaleciendo sin que nadie lo viera. En marzo, cuando ya trabajaba en el Instituto Federal Electoral, estuvo en una cena que ofreció en su casa María del Carmen Alanís, la entonces presidenta del Tribunal Electoral al gobernador Peña Nieto y a su secretario de Finanzas, Videgaray, para discutir la preparación de la resolución que lo exoneraría de penas por la difusión de propaganda de su quinto informe de gobierno en estados donde habría elecciones locales. Ochoa, abogado y economista, era una pieza de la estrategia. Tiene una mente entrenada y sofisticada, moldeada por su asesor de tesis de doctorado en Ciencia Política, Alfred Stepan, reconocido internacionalmente por su trabajo sobre los peligros que viven las democracias en transición y consolidación. Uno de los problemas que Stepan ha buscado resolver es cómo pueden ser erosionados los regímenes antidemocráticos para construir una verdadera democracia. La síntesis de sus variables es acabar con los viejos regímenes, modelo teórico que hoy, Ochoa podrá probar en campo.
3er. TIEMPO: La paradoja de Enrique Ochoa. No deja de ser un capricho del surrealismo político mexicano que para acuerpar a Enrique Ochoa en su llegada al PRI, los mismos grupos de interés que tendrían que ser sacrificados para alcanzar sus objetivos de transformar el partido para que responda las demandas de los ciudadanos, hayan sido los que le dieron el primer impulso, la CTM, la CNC y el Sector Popular. También es una paradoja que quien lo ungió como líder del PRI, el presidente Enrique Peña Nieto, tendría que morir –metafóricamente hablando- para que su objetivo de cambiar el partido y mantener la Presidencia en 2018 pueda cumplirse. Pero esto es lo que pasa cuando se hace caso a recomendaciones sin comprender el alcance de lo que puedan tener esas decisiones. Si Ochoa cumple lo que dice es su propósito, tendría que apuntalar la consolidación de la democracia mexicana, para lo cual, de acuerdo con lo que se le metió en la cabeza de sus tiempos de estudios en la Universidad de Columbia, tendría que luchar porque el Estado sea funcional, que opere plenamente el Estado de Derecho, que la sociedad en su totalidad participe de la economía y no sólo los que más tienen, que la sociedad política sea autónoma y la civil viva y activa. Es decir, mucho de lo que ha fortalecido Peña Nieto y su gobierno, tendría que ser desmontado. Es un contrasentido, por supuesto. Carlos Salinas, como Presidente, no pudo con la nomenklatura del partido pese a que quiso aniquilarla. Peña Nieto no permitirá el fin de la nomenklatura porque él es parte de ella misma. ¿Qué pretende entonces con Ochoa? Conservar la Presidencia para los suyos bajo las líneas de Guiseppe Tomasi di Lampedusa en Gatopardo: cambiar para no cambiar. De esta forma, el nuevo dirigente del PRI le será a Peña Nieto y su equipo, meramente funcional. Es decir, la nueva nomenklatura al remplazo de la vieja nomenklatura.
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