María B. del Valle. Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a la bendición de un asilo. Un grupo de 30 personas indigentes, errantes en las calles, abandonadas por sus familias, ancianitos, enfermos y discapacitados que vivían en terribles condiciones, fueron trasladados a una casa amplia, con un ambiente cálido, digno y adecuado para vivir.
Me comentaba el encargado de este proyecto: “En mucho tiempo no podré quitarme de la mente sus caras de alegría y sus ojos que no querían parpadear llenos de emoción al entrar por primera vez a esta construcción. Para muchos era como un sueño hecho realidad”.
A veces olvidamos que la vejez está llena de sabiduría. Esta sociedad que valora y premia tanto la productividad, el hacer más que el ser, tiende a marginar a las personas mayores y dejarlas en un segundo plano. Nos cuesta trabajo ver más allá de lo físico que claramente empieza a deteriorarse y observar cómo la vejez es una época privilegiada, porque con la edad se acrecienta la sabiduría y la capacidad de aconsejar de forma madura, ambos frutos de la experiencia.
Cuenta una leyenda india que un hombre transportaba agua todos los días a su aldea usando dos grandes vasijas, sujetas en las extremidades de un pedazo de madera que colocaba atravesado sobre su espalda.
Una de las vasijas era más vieja que la otra, y tenía pequeñas rajaduras; cada vez que el hombre recorría el camino hasta su casa, la mitad del agua se perdía.
Durante dos años el hombre hizo el mismo trayecto. La vasija más joven estaba siempre muy orgullosa de su desempeño, y tenía la seguridad de que estaba a la altura de la misión para la cual había sido creada, mientras que la otra se moría de vergüenza por cumplir apenas la mitad de su tarea, aún sabiendo que aquellas rajaduras eran el fruto de mucho tiempo de trabajo.
Todos los días, la vieja vasija se esforzaba e intentaba por todos los medios evitar que se derramara el agua a través de sus múltiples arrugas, pero no lo lograba, era algo que estaba fuera de su control, y ésto la llenaba de tristeza se sentía verdaderamente inútil.
Estaba tan avergonzada esta vieja vasija, que un día, mientras el hombre se preparaba para sacar agua del pozo, decidió hablar con él:
- Quiero pedirte disculpas ya que, debido a mi edad y mis defectos, sólo consigues entregar la mitad de mi carga, y saciar la mitad de la sed que espera en tu casa.
El hombre sonrió y le dijo:
- Cuando regresemos, observa cuidadosamente el camino y verás.
Así lo hizo. Y la vasija notó que, por el lado donde ella iba, crecían muchas flores y plantas.
- ¿Ves como la naturaleza es más bella en el lado que tú recorres? – comentó el hombre-. Siempre supe que tú eras vieja y tenías rajaduras, y resolví aprovechar este hecho. Sembré hortalizas, flores y legumbres, y tú sin saberlo las has regado diariamente. Ya recogí muchas rosas para adornar mi casa, alimenté a mis hijos con lechuga, col y cebollas. Si tú no fueras como eres, ¿cómo podría haberlo hecho?
Este breve relato nos recuerda que al envejecer perdemos ciertas facultades, pero al mismo tiempo desarrollamos distintas y nuevas cualidades que todos podemos aprovechar. Es un gran regalo el poder contar con personas con tanta experiencia de vida.
Disfruté mucho mi visita a este asilo. No puedo dejar de sorprenderme ante el cariño y dedicación de las voluntarias que ayudan a este lugar y de los hermanos religiosos que dirigen esta obra. En ese lugar puedo decir que encontré algo más que simple buena voluntad, ahí está presente Dios. Sólo una fuerza sobrenatural como el amor verdadero puede mover a una persona a cuidar, bañar, escuchar y acompañar con tanto respeto y paciencia a una persona enferma. Un gran proyecto que cree en la sabiduría y el valor de las personas mayores y que pretende aliviar sus molestias y el cansancio de toda una vida dedicada al servicio de los demás.
No me queda duda, estas personas a pesar de que en ocasiones quizá se sientan tristes por no recibir visitas de familiares y amigos o por estar lejos del lugar donde crecieron, encontrarán tras esas paredes paz, armonía, amistad y descanso tras tantos años de duro trabajo y entrega.
Ojalá también nosotros aprendamos a valorar la experiencia de vida de las personas mayores que viven a nuestro alrededor. Hagamos un esfuerzo para bajar el ritmo de nuestras agitadas vidas para detenernos a escuchar y atender las necesidades de nuestros padres, abuelos, bisabuelos, tíos, vecinos y amigos ya mayores. Sin duda, ellos merecen de nuestro cariño por todos esos cuidados que en algún otro momento nos dedicaron a nosotros. Pero estoy convencida de que sin darnos cuenta, nosotros seremos los primeros enriquecidos con este intercambio de palabras, experiencias, sentimientos, recuerdos y consejos. Aunque consideremos inútiles los momentos dedicados a convivir con las personas mayores, en unos años, nos daremos cuenta de que ese habrá sido un tiempo bien invertido, porque ellos nos siguen demostrando que el tiempo, es el mejor maestro de vida.
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