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junio 30, 2014

Eeeeehhh… ¡chíngale!

Eeeeehhh… ¡chíngale!


Carlos Marín. El sábado, durante la marcha del orgullo gay en la Ciudad de México, no faltaron los mirones que desde las aceras lanzaron contra los manifestantes el (“festivo”, insistirán sus defensores) agraviante grito: “¡Eeeeehh… putooos!”.


Y como para subrayar el desprecio que a muchos paisanos les merecen ciertos sectores, lo mismo pero en singular fue gritado por decenas de miles de aficionados contra el portero de la selección holandesa, tanto en el remoto estadio brasileño de Fortaleza como en el ombligo mexicano que es la Plaza de la Constitución, e inclusive en las caseras audiencias familiares (niños y niñas incluidos).


Aplacada ya la excitación y enfrentados a la pena de que la selección, de nueva cuenta, no pudo llegar a jugar un quinto partido, gritones, simpatizantes y defensores del insulto debieran reconocer al menos que, de no ser el haber dado a conocer al mundo que en México puede ofenderse tumultuariamente a quien sea con adjetivos discriminatorios y seguir gozando de absoluta impunidad, para maldita la cosa le sirvió al equipo nacional el dizque “apoyo” del rabioso coro.


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