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“¡Dónde está el corazón de mi hijo para demostrar que murió por asfixia, no por un infarto”, exclama, notoriamente en medio de sentimientos encontrados, Ana Rosa Romero Monroy, madre de Oswaldo Joaquín Correa Romero, un niño que a los 11 años de edad soñaba con ser ombudsman, pero no pudo cumplir su sueño porque murió víctima de bullying de sus compañeros de escuela en Jilotepec, Estado de México.
Con la voz entrecortada, Ana menciona que nunca supieron que habían tomado como muestra para las investigaciones todo el corazón de su hijo, y no fue sino hasta que solicitaron la exhumación del cuerpo cuando se dieron cuenta de que ya no estaba.
Oswaldo ingresó a la escuela primaria Isidro Fabela el 19 de agosto de 2012. Por ser el nuevo, sus compañeros le dieron “novatada”.
El 27 de agosto, una semana después de haber iniciado el ciclo escolar, Oswaldo se encontraba en la clase de educación física, y más tarde fue encontrado sin vida en el baño del plantel.
Las autoridades de la escuela sostienen que fue un infarto lo que acabó con la vida del niño; sin embargo versiones de alumnos apuntan a que Oswaldo fue agredido por sus compañeros.
“Niños dicen que escucharon un golpe en la puerta, otros dicen que lo encontraron en el excusado y con la cabeza en el bote de basura… otro dice que vio un grupo de cinco niños rodeando a mi hijo tirado en el suelo”, comenta Ana.
En entrevista con Crónica, la señora Romero Monroy y su esposo José Joaquín Correa explican con detalles lo difícil que ha sido lograr que se haga justicia, y que las autoridades del Estado de México les brinden apoyo.
La clave para que los padres comprueben que su hijo murió por asfixia, está en los exámenes forenses basados en el corazón; sin embargo, Carlos Alejandro Hernández González, perito patólogo, decidió incinerar ese órgano porque estaba en estado de descomposición.
“El 27 de agosto, ese mismo día que murió, le retiraron el corazón completo a mi hijo, sin nuestro consentimiento. Creímos que se habían llevado un fragmento para estudiarlo; pero no fue así”, refiere la madre de Oswaldo.
La primera que emitió un dictamen fue la médico legista del Ministerio Público de Jilotepec, Lucero Mendoza García, en el cual asegura que Oswaldo murió por infarto, pero también por asfixia mecánica.
En un segundo dictamen, éste de María Eugenia Santoyo, médico legista asignada de la Procuraduría, se asienta que fue un infarto; sin embargo, en otro dictamen, de Sergio Medina Guzmán, asignado también por la Procuraduría del Estado, se indica que el niño fue asfixiado.
Por su parte, Ana Rosa y su esposo contrataron a un médico forense de nombre José Huerta Reyes, cuyo dictamen reitera muerte fue por asfixia.
Ana Rosa y su esposo querían demostrar que su hijo murió por asfixia provocada por sus compañeros, por lo cual solicitaron la exhumación del cuerpo.
“El 4 de octubre de 2012 exhuman el cuerpo de mi hijo y ahí nos enteramos que habían extraído el corazón completo. Hacemos una solicitud para que nos permitan muestras directas del corazón, y la fiscalía de homicidios gira la instrucción al perito patólogo Carlos Alejandro Hernández González”, explica.
Hernández González -continúa- respondió que el corazón lo incineró porque estaba en estado de descomposición.
¿Por qué los otros órganos sí estaban en formol y el corazón no?, se pregunta con énfasis la señora Ana.
“Hacemos una solicitud para que nos permitan muestras directas del corazón. La fiscalía de homicidios se lo pide al forense Hernández González, quien analizó el corazón y quien dijo que se tenía que incinerar…”, recalca la apesadumbrada madre.
De acuerdo con el escrito del perito que se deshizo del corazón, esta acción se basó en la Norma Oficial NOM -087-ECOL-SSA1-2002, para incinerarlo.
“Violaron la cadena de custodia, el corazón tuvo que haber sido conservado en formol… Sabemos que lo hizo con dolo para ocultar las evidencias de que mi hijo murió por asfixia”, dice la Ana al lado de su esposo
A falta de corazón, quedaron como evidencias las laminillas de las muestras biológicas, mismas que fueron solicitadas por Ana y José.
Con las laminillas, el patólogo Juan Manuel González, contratado por la familia, dictamina que no hay infarto.
Por otra parte, Guillermo Ferreira Rubio, patólogo de la Universidad Autónoma del Estado de México, quien fue requerido por la Procuraduría mexiquense, también sostuvo que no hubo infarto.
A un año nueve meses del fallecimiento de Oswaldo, alumno de sexto de primaria en una escuela pública, sus padres Ana Rosa y José Joaquín exigen justicia. “Tengo coraje, rabia, desesperación e impotencia…después vendrá la resignación por la muerte de mi hijo, pero primero quiero justicia”, indica Ana.