Análisis de una desventura
Rafael Cardona. Sí, pues, sí era real esa atmósfera plomiza y grisácea, plena en el triste domingo cuyo peso caía sobre la ciudad en medio de la pregunta estupefacta: ¿cómo nos fue a pasar esto a nosotros, cómo a pocos minutos, a dos minutos de acabar, cuando la gloria era una novia prometedora, cuando el gusto nos arrastraba, cuando los merolicos de la radio y la TV gritaban su única e inexacta palabra, histórico, histórico?
–Estuvimos a minutos de ganar, decía un filósofo de la condena irremediable.
–No, le dijo otro. Los holandeses no se resignaron a estar a pocos minutos de perder. Esa fue la diferencia entre el pretexto y el trabajo.
Por eso de pronto la historia se volvió memoria.
Otra vez afuera, una vez más todos habíamos sucumbido al engaño masivo de los medios, de la alcahueta televisión , de los fáciles pronósticos y los peores diagnósticos, de la superficialidad y el festejo anticipado.
–¿De dónde nos viene esta actitud eterna de sentirnos triunfadores cuando las cosas ni siquiera han ocurrido? ¿Por qué siempre festejamos los tramos y jamás la obra terminada?
Como a eternas lecheras descuidadas se nos rompe la jarra antes venderla. Como a primerizos se nos viene encima la eyaculación precoz. País de iniciativa sin “acabativa”. País de proximidades y nación de festejos por tramos sin hallar jamás la culminación de nada.
Por eso, quizá celebramos la Independencia pero en sus inicios, no en su realidad definitiva. Nos gusta el 15 de septiembre pero ignoramos el 21 de ese mismo mes, once años más tarde. Recordamos el “Grito” e ignoramos el acta fundadora. Somos felices por el 5 de mayo de 1862, pero olvidamos el imperio de 1864. Seguimos en la tradición de ganar batallas y perder guerras. Vemos los árboles y no tenemos bosque; hacemos eslabones, pero jamás fabricamos cadenas. Hacemos escenas, pero no terminamos la película. El cirujano opera pero no cierra la herida y cuando lo hace le deja al paciente las pinzas en el abdomen.
Si en esta enorme decepción, frente a cuya magnitud los jugadores son quizá los últimos responsables y a lo mejor ni siquiera los verdaderos culpables, se debe destacar el canalla papel de los medios y su fenicia actitud mercantil. Vender una selección inexistente y ofrecer una quimera hasta para beneplácito de los políticos; otorgarle grados de excelsitud al señor Licenciado Don Piojo, hablar como si fuera cierto (o necesario) de una nueva generación de mexicanos incapaces de achicarse, de rajarse, de asustarse frente a los rivales; grupo humano espejo y reflejo de nuestra nueva inserción en el mundo al cual nos podemos acercar sin complejos, como si analizarlo así no fuera el peor de los complejos.
Colección de patrañas frente a las cuales hoy los entusiastas de la exageración deberán responder. Ojalá lo hagan con la discreción de su silencio.