El escándalo en torno a la venta ilegal de entradas lo deja muy claro: el punto débil del Mundial de Fútbol no es Brasil, sino la FIFA.
La emperadora FIFA está desnuda (como el emperador del cuento, que cree vestir un atuendo lujoso, pero en verdad va sin ropa). La policía brasileña ha hecho posible lo imposible: ha puesto en evidencia a la reina del fútbol internacional. Justo antes del clímax del Mundial de Brasil, la final en el Estadio Maracaná, la FIFA ya no está en el podio de los ganadores, sino sentada en el banquillo de los acusados.
Hasta hace poco, ese puesto estaba reservado para el anfitrión, Brasil. La FIFA no se cansaba de criticar una y otra vez los lentos preparativos del espectáculo deportivo. Muchos estadios no satisfacían las exigencias de la federación internacional de fútbol. Algunos estuvieron listos solo en el último minuto. La FIFA temía por la comodidad y la seguridad de los hinchas provenientes del mundo entero.
Ahora los papeles se han invertido. Ya no es Brasil sino la FIFA misma quien está expuesta a espinosas acusaciones. La lista de sus faltas es larga. “Match Services”, una empresa asociada a la FIFA, está involucrada en la venta ilegal de entradas a los juegos del Mundial. Los árbitros de la FIFA han recibido críticas por ignorar agresiones graves durante los partidos. Y las fuerzas de seguridad de la FIFA no han logrado garantizar la seguridad de los espectadores en los estadios.
La debacle de la FIFA pone en evidencia lo mal informadas que están tanto la organización internacional como la opinión pública mundial respecto al país más grande de Latinoamérica. Los reclamos de la FIFA por los retrasos durante la construcción de los estadios y la precaria infraestructura encajaban muy bien con los clichés tradicionales sobre Brasil. Sol, samba, fútbol y carnaval, y por supuesto corrupción: esto aparentemente bastaba para describir al simpático pero lejano país.
Pero la división del planeta en el llamado Primer Mundo de las naciones industrializadas y el Tercer Mundo de los países en desarrollo, pertenece al pasado. No solo la economía se ha globalizado, sino también la información y el anhelo de democracia. Y por supuesto, también el fútbol. Hace un año, en Brasil salieron millones de personas a las calles para protestar contra la corrupción. La rabia se dirigía no solo contra el gobierno del país, sino también contra la FIFA.
Sin embargo, la FIFA no parece haberlo entendido. Brasil no es un país dispuesto a caer de rodillas frente a ella, sino un Estado constitucional democrático. El excelente trabajo de la fiscalía brasileña lo deja claro una vez más. Si los investigadores se hubiesen fiado de la cooperación que la FIFA les había prometido, sus investigaciones no habrían avanzado en absoluto.
Brasil ha quebrado la omnipotencia de la FIFA. Su traje nuevo revela más de lo que la federación quisiera. La emperadora ha dado golpes, ahora debe recibirlos. Y se ha dado cuenta de que ella, tanto como sus súbditos, no está por encima de la ley. Es significativo que la FIFA tenga que aprender esta lección justamente en Brasil.