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junio 20, 2015

Vicente y Pedro Pintor

Contraesquina. Por: Jesús R. Cedillo.


Vicente y Pedro Pintor


El mundo real, ese mundo donde uno saluda de palabra y reverencia a la tendera del barrio, al mecánico de la esquina, al taxista preferido y atento, a los vecinos siempre dispuestos a ayudar y al abarrotero del barrio de enseguida, está desapareciendo desgraciadamente de nuestro imaginario y alfabeto.


Hoy escribo la historia de dos amigos míos que lo fueron de mi hermano, el hombre de acero y roca, el mecánico, Alberto Cedillo, el cual tiene ya como dos o tres años unido a la eternidad.


Estos dos hombres, hermanos ellos, son parte de ese mundo real el cual se esfuma de las manos. Pero personajes sin los cuales no se entiende ni se mantiene nuestra sociedad.


Lo he platicado antes, cuando niño, no obstante que no tenía necesidad alguna de ir a trabajar, a regañadientes y en toda la escuela primaria y la secundaria, mis padres me dejaron ir a trabajar –es un eufemismo, no sabía hacer nada– al taller mecánico de mi hermano Beto.


Era su “ayudante”. Recibía semanalmente mis emolumentos por ello. Y hoy, en contraste, creo, esa mesada era más alta y generosa que lo que hoy gano como escritor siempre en bancarrota; pero bueno, luego abordaré tan escabroso tema.


En aquellos años de mi infancia perdida, mi hermano decía que había que cumplir con el trabajo en su taller para que se me formara el carácter, aprendiera a valerme por mí mismo y creciera fuerte y duro como él.


En todo tenía razón, pero este aprendiz de mecánico nunca se logró. Desarmaba un carburador para lavarlo y jamás en la vida pude volver a ensamblar uno.


Divertido, Beto llegaba a salvarme una y otra vez. Su regaño era entre serio y trivial: “¿Y cuándo vas a aprender, cabrón?”. Nunca aprendí.


Y justo por aquellos años, la década de los ochenta del siglo pasado, mi hermano compartía el taller con dos hermanos que se dedicaba a la hojalatería y pintura de autos, Pedro y Vicente Esquivel Contreras.


A los cuales todo mundo los nombraba como Pedro Pintor y Vicente Pintor.


Cuando mi hermano levantó anclas y se fue a buscar fortuna lo mismo a Veracruz, a Tampico que a Toluca y creo recordar, a la infernal Ciudad Acuña, don Pedro y Vicente Pintor me “contrataron” y así los fines de semana y en mis vacaciones de verano o invierno, seguía como “ayudante”, pero ahora de pintura de autos.


De este oficio aprendí un poco más que de mecánico. Me gustó más la hojalatería y pintura de autos, que la siempre desgastante búsqueda del mal funcionamiento de un auto de combustión interna.


Altos, gallardos, los hermanos Pedro y Vicente jugaban pelota caliente imitando a sus ídolos Babe Ruth, Pete Rose. Yo iba con ellos los domingos a los famosos campos de beisbol de “Los buitres”, a la Ciudad Deportiva y cuando avanzaban en las finales de los torneos, a ciertos campos de la ciudad los cuales tenían barda, butacas y techos.


Sobra decirlo, yo recogía las pelotas. Me pegaba unas asoleadas con madre, pero sin duda todo ello me hacía feliz. Compartía ese mundo de adultos, de barrio bravo, el cual decía mi hermano, me formaba.


Con el tiempo, el taller de los hermanos cambió de lugar varias ocasiones. Lo mismo en alguna colonia, que en la emblemática Presidente Cárdenas. Ya luego y como se conocen las noticias, muchas veces por azar, supe de la muerte del maestro pintor Pedro Esquivel. Siempre fuerte, siempre duro y de pie como mi hermano, nunca pensé que don Pedro muriera. Don Pedro era el hermano mayor, el serio, el que nos ponía en orden.


Vicente Esquivel era el galán, el hermano menor el cual me pasaba todas mis torpezas y pocas habilidades como ayudante. Con la muerte de mi hermano Beto, fui a saludarlo tres o cuatro ocasiones a su taller para darle las gracias por haberse preocupado por éste.


Pero hoy, hace días, me dieron la ingrata noticia de que mi amigo y patrón, Vicente Esquivel, había muerto. Hombre bueno, me contó de su familia y de que había dejado de beber. Curtido en el tráfago diario, jamás dejó de trabajar y cumplir con los suyos.


Letras minúsculas


Fueron hombres bien nacidos. De ellos recibí sólo atenciones. Hoy, tal vez hoy ya están echando caguamas Pedro y Vicente Pintor con su entrañable amigo, Beto. Descansa, buen amigo. Descansa ya.



Vicente y Pedro Pintor

junio 12, 2015

Tortuguismo e incompetencia

Horizonte ciudadano. Por: Rosa Esther Beltrán.


Tortuguismo e incompetencia


Los primeros días de febrero de este año comenzaron los trabajos de remodelación de la emblemática calle de Allende de nuestra ciudad.


La obra, que fue planeada para realizarse en ocho meses, lleva ya más de cuatro si tenemos en cuenta que el banderazo de arranque fue el 5 de febrero y estamos a 12 de junio, aunque las fechas de terminación tendrán que alargarse.


Desde el principio se dijo que sería en ocho meses, luego dijeron que para noviembre, pero al paso que van podría terminarse en un año y medio.


A la lentitud de las obras se van sumando costosos errores, al menos en términos de tiempo; por ejemplo, la constructora se vio obligada a levantar placas de concreto que se acababan de colocar, luego el área de la banqueta para invidentes que ya se había instalado también tuvo que ser removida porque se omitió incluir un material especial, el secretario de Obras Públicas.


Explicó que los costos económicos por los errores corrían a cargo de la empresa constructora, y que él espera entregar la primera etapa dentro de 10 días, esa comprende desde la calle de Presidente Cárdenas hasta Múzquiz, si no llevan ni media cuadra en cuatro meses.


¿Cómo harán para avanzar tres en unos días?, ¿cree que habla con imbéciles, con perdón de éstos?, vaya usted a saber en dónde se encontró el Alcalde a este “experto”.


De acuerdo a los planes de la Secretaría de Obras Públicas, la rehabilitación se realizaría por tramos y para los primeros días de abril se abriría el que va de Presidente Cárdenas a Ramón Corona; reitero, van cuatro meses y ni siquiera han sido capaces de terminar media cuadra. Estamos ante una incompetencia manifiesta.


Según los informes de la Canaco, en la calle de Allende se concentran 285 establecimientos comerciales, es la segunda con más comercios del primer cuadro de la ciudad, sostiene la agrupación.


A cuatro meses del inicio de la remodelación los comerciantes protestan ya por la desesperante y caótica lentitud del avance de la obra, tardanza que para ellos significa la ruina.


Por ello exigían a la autoridad que buscara estrategias que permitieran la aceleración de los trabajos, ellos mismos sugerían que se abrieran más turnos y se trabajase incluso los domingos y podrían trabajar hasta de noche, como se hace en el Distrito Federal y Monterrey, pero aquí las autoridades son sordas y ciegas, parece que viven en el Saltillo de los años 50 del siglo pasado.


El proyecto de restauración es beneficioso porque incluye la reparación y remodelación de fachadas, pavimento a base de concreto hidráulico, reposición y ampliación del área de circulación peatonal, servicios subterráneos de CFE, Telmex y Cablevisión.


Así como instalación de luminarias coloniales y las de tipo led, desvanecimiento de banquetas en esquinas; piso con línea guía para invidentes e instalación de semáforos peatonales incluyentes y audibles, esto es bueno.


Pero los costos que están pagando los comerciantes del área son altos: comercios cerrados y ventas muy bajas, lo que los obligaría ser más exigentes.


La remodelación se paga con el Impuesto Sobre Nóminas, ese lo pagan ellos, por eso la supervisión es decisiva y no hay que dejarla para mañana, porque al paso que va Obras Públicas, con muchos pretextos -algunos justificados, pero otros muy refutables.


Las obras se prologarán, lo cual obviamente afecta también a todos los saltillenses que requerimos sin demoras transitar por esa vía.


Posdata


El Alcalde de Saltillo se compró una camioneta Toyota Sequoia Limited con un costo de 754 mil pesos y con un blindaje especial que costó 1 millón 524 mil 485 pesos adicionales.


¿Qué diferencia hay entre el patrimonialismo del PRI y el de los gobiernos del PAN? Ninguna, tan autoritario y antidemocrático uno como el otro, usando el dinero público para su beneficio personal.



Tortuguismo e incompetencia