Contraesquina. Por: Jesús R. Cedillo.
Vicente y Pedro Pintor
El mundo real, ese mundo donde uno saluda de palabra y reverencia a la tendera del barrio, al mecánico de la esquina, al taxista preferido y atento, a los vecinos siempre dispuestos a ayudar y al abarrotero del barrio de enseguida, está desapareciendo desgraciadamente de nuestro imaginario y alfabeto.
Hoy escribo la historia de dos amigos míos que lo fueron de mi hermano, el hombre de acero y roca, el mecánico, Alberto Cedillo, el cual tiene ya como dos o tres años unido a la eternidad.
Estos dos hombres, hermanos ellos, son parte de ese mundo real el cual se esfuma de las manos. Pero personajes sin los cuales no se entiende ni se mantiene nuestra sociedad.
Lo he platicado antes, cuando niño, no obstante que no tenía necesidad alguna de ir a trabajar, a regañadientes y en toda la escuela primaria y la secundaria, mis padres me dejaron ir a trabajar –es un eufemismo, no sabía hacer nada– al taller mecánico de mi hermano Beto.
Era su “ayudante”. Recibía semanalmente mis emolumentos por ello. Y hoy, en contraste, creo, esa mesada era más alta y generosa que lo que hoy gano como escritor siempre en bancarrota; pero bueno, luego abordaré tan escabroso tema.
En aquellos años de mi infancia perdida, mi hermano decía que había que cumplir con el trabajo en su taller para que se me formara el carácter, aprendiera a valerme por mí mismo y creciera fuerte y duro como él.
En todo tenía razón, pero este aprendiz de mecánico nunca se logró. Desarmaba un carburador para lavarlo y jamás en la vida pude volver a ensamblar uno.
Divertido, Beto llegaba a salvarme una y otra vez. Su regaño era entre serio y trivial: “¿Y cuándo vas a aprender, cabrón?”. Nunca aprendí.
Y justo por aquellos años, la década de los ochenta del siglo pasado, mi hermano compartía el taller con dos hermanos que se dedicaba a la hojalatería y pintura de autos, Pedro y Vicente Esquivel Contreras.
A los cuales todo mundo los nombraba como Pedro Pintor y Vicente Pintor.
Cuando mi hermano levantó anclas y se fue a buscar fortuna lo mismo a Veracruz, a Tampico que a Toluca y creo recordar, a la infernal Ciudad Acuña, don Pedro y Vicente Pintor me “contrataron” y así los fines de semana y en mis vacaciones de verano o invierno, seguía como “ayudante”, pero ahora de pintura de autos.
De este oficio aprendí un poco más que de mecánico. Me gustó más la hojalatería y pintura de autos, que la siempre desgastante búsqueda del mal funcionamiento de un auto de combustión interna.
Altos, gallardos, los hermanos Pedro y Vicente jugaban pelota caliente imitando a sus ídolos Babe Ruth, Pete Rose. Yo iba con ellos los domingos a los famosos campos de beisbol de “Los buitres”, a la Ciudad Deportiva y cuando avanzaban en las finales de los torneos, a ciertos campos de la ciudad los cuales tenían barda, butacas y techos.
Sobra decirlo, yo recogía las pelotas. Me pegaba unas asoleadas con madre, pero sin duda todo ello me hacía feliz. Compartía ese mundo de adultos, de barrio bravo, el cual decía mi hermano, me formaba.
Con el tiempo, el taller de los hermanos cambió de lugar varias ocasiones. Lo mismo en alguna colonia, que en la emblemática Presidente Cárdenas. Ya luego y como se conocen las noticias, muchas veces por azar, supe de la muerte del maestro pintor Pedro Esquivel. Siempre fuerte, siempre duro y de pie como mi hermano, nunca pensé que don Pedro muriera. Don Pedro era el hermano mayor, el serio, el que nos ponía en orden.
Vicente Esquivel era el galán, el hermano menor el cual me pasaba todas mis torpezas y pocas habilidades como ayudante. Con la muerte de mi hermano Beto, fui a saludarlo tres o cuatro ocasiones a su taller para darle las gracias por haberse preocupado por éste.
Pero hoy, hace días, me dieron la ingrata noticia de que mi amigo y patrón, Vicente Esquivel, había muerto. Hombre bueno, me contó de su familia y de que había dejado de beber. Curtido en el tráfago diario, jamás dejó de trabajar y cumplir con los suyos.
Letras minúsculas
Fueron hombres bien nacidos. De ellos recibí sólo atenciones. Hoy, tal vez hoy ya están echando caguamas Pedro y Vicente Pintor con su entrañable amigo, Beto. Descansa, buen amigo. Descansa ya.
Vicente y Pedro Pintor