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junio 19, 2015

Cavilación poselectoral: 5. Qué hacer

Día con día. Por: Héctor Aguilar Camín.


Cavilación poselectoral: 5. Qué hacer


Hay dos caminos:


  1. Si queremos mantener y mejorar la gobernabilidad del régimen presidencialista, debemos poner un freno a la fragmentación y a la falsa pluralidad, que dispersa el poder sin mejorar la representación.

  2. Si queremos seguir adelante con la fragmentación y la dispersión del poder, quizá debemos dejar el régimen presidencialista y establecer uno parlamentario, donde el proceso mismo de alianzas entre fuerzas diversas construye gobiernos de mayoría que duran en el poder mientras la alianza se conserva y caen cuando la alianza se rompe.

Me cuesta mucho trabajo imaginar en un régimen presidencialista histórico como el mexicano cambiar a un régimen parlamentario sin que medie una grave crisis previa de gobernabilidad. En todo caso, me parece imposible plantear algo sólido en esta materia que pueda ejercerse en las elecciones del año 2018.


Lo que hay que reformar por lo pronto es el régimen presidencialista devolviéndole algo de la fuerza institucional que le hemos quitado.


Para eso hay que echar un poco la máquina atrás y detener el proceso de fragmentación, sin cerrar las puertas a nuevos contendientes, pero creando nuevas instancias donde puedan construirse las mayorías que no se consiguen a la primera.


Como han dicho ya Jorge Castañeda y Leo Zuckermann, la figura por excelencia de ese proceso en un régimen presidencial es la segunda vuelta.


Cierto, la segunda vuelta aplicada solo al Poder Ejecutivo, y no al Legislativo, produciría un horizonte de conflicto permanente entre un Ejecutivo con mayoría absoluta en su elección de la segunda vuelta, pero con minoría en el Congreso obtenida en la primera.


Aún así, podría ser una medida transicional hacia una solución más compleja, incluyendo el posible paso a un régimen parlamentario.


Lo que urge es una reflexión cabal sobre el tipo de democracia que queremos y el tipo de régimen político que se aviene mejor con nuestras diversidades y diferencias.


Todo esto ameritaría, creo, abrir una consulta nacional de gran espectro, como la que preparó la reforma del 77.


La sola discusión de estas cosas traería un aire fresco a nuestra rebasada democracia. Ya sería ganancia poder discutir públicamente algunas ideas al respecto.


hector.aguilarcamin@milenio.com


www.lopezdoriga.com



Cavilación poselectoral: 5. Qué hacer

junio 17, 2015

Cavilación poselectoral: 3. Vicios de la equidad

Día con día. Por: Héctor Aguilar Camín.


Cavilación poselectoral: 3. Vicios de la equidad


La obsesión por la equidad presidió los consensos de la reforma política de 1996. Tuvo su expresión mayor en las reglas de financiamiento público para los partidos.


Se quería resolver, emparejando el piso, la práctica gubernamental de financiar a trasmano las campañas del PRI.


La reforma estableció que todos los partidos recibieran lo que antes solo recibía el PRI, con un criterio clave: “Que los recursos públicos prevalezcan sobre los de origen privado” (Art. 41 constitucional, fracción II). Autorizar mucho dinero privado podía dar poder a los ricos o dejar entrar el narco.


La Ley General de Partidos Políticos fijó luego que las aportaciones privadas fueran de hasta “el diez por ciento del tope de gasto” (Art. 56). De modo que: 90% dinero público y 10% dinero privado.


Esta prohibición terminó creando partidos rentistas del erario. También, sobre todo, un mercado negro de dinero electoral.


Nos hemos referido a ese problema repetidamente en este espacio: todos los contendientes en las elecciones mexicanas gastan el dinero público que reciben y además traen a las elecciones cantidades enormes, nunca medidas ni registradas, de dinero no autorizado por la legislación.


Quien quiere ser competitivo en las elecciones así diseñadas, debe traer dinero negro a su campaña, debe saltarse las restricciones legales. El efecto corruptor de esta práctica apenas puede exagerarse.


Aquí, como en otros ámbitos de nuestra vida pública, una ley exigente y restrictiva ha creado mercados negros e incentivos para violar la ley.


El mercado negro electoral es una de las fuentes de la opacidad y la corrupción que tanto reprocha la ciudadanía en su clase política.


Creo que hay que transparentar ese mercado levantando las restricciones que lo crearon y abriendo a fiscalización rigurosa las finanzas reales totales, públicas y privadas, de cada campaña.


Hay que responsabilizar también personalmente a los candidatos, no a los partidos, de las irregularidades financieras de sus campañas. La imposible equidad debe ceder en esto el paso a la transparencia posible, y la abstracta responsabilidad partidaria a la precisa responsabilidad individual.


La ilusión de que el dinero público puede pagar la democracia debe ser revisada radicalmente. La sociedad toda debe pagar por su democracia, no solo el erario.


hector.aguilarcamin@milenio.com


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Cavilación poselectoral: 3. Vicios de la equidad

junio 16, 2015

Cavilación poselectoral: 2. Algo falló

Día con día. Por: Héctor Aguilar Camín.


Cavilación poselectoral: 2. Algo falló


Si se les mide por su intención y su espíritu, en los últimos 40 años hemos tenido muchas reformas electorales, pero solo dos reformas políticas: la de 1977 y la de 1996.


La de 1977 se propuso abrir el espacio a las minorías en el supuesto de que seguirían siéndolo eternamente. La de 1996 estableció condiciones de equidad para que la oposición pudiera ganar la mayoría, lo que sucedió de inmediato, en el año 2000.


La lógica de la reforma de 1977 fue ampliar la representación política luego de unas elecciones presidenciales en las que solo contendió el candidato del PRI: José López Portillo.


El supuesto fundamental de aquella reforma era que la mayoría permanecería donde estaba, en el PRI, animada parlamentariamente por una oposición que podría tener y defender triunfos aislados, pero no ser mayoría en el Congreso ni triunfar en una elección presidencial. Para garantizar eso, el manejo de los órganos electorales permaneció en manos del gobierno.


La reforma del 77 trajo una extraordinaria renovación al ambiente de la vida pública, pero no un cambio en la lógica profunda del poder.


La reforma de 1996, en cambio, planteó un giro radical en los supuestos y en el espíritu del diseño democrático.


Se propuso establecer la independencia de los órganos electorales y garantizar la equidad de los contendientes, de manera que cualquiera de ellos pudiera ganar la mayoría.


Diría que los principios fundadores del 96 fueron: 1. La obsesión por la equidad financiera, 2. La aversión a los gobiernos de mayoría absoluta y 3. La sobreapuesta a la pluralidad.


Los principios se cumplieron: todos los partidos reciben abundante dinero público, ningún gobierno nacional ha tenido mayoría en el Congreso y la pluralidad ha crecido al punto de la fragmentación.


Nuestra democracia está cada vez más cerca de los principios fundadores de la reforma del 96, pero cada vez más lejos de la confianza de los votantes.


Algo tiene que estar mal en una reforma política que entre más cumple sus propósitos, más dificulta la gobernabilidad y más disgusta a sus ciudadanos.


¿Qué?


hector.aguilarcamin@milenio.com


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Cavilación poselectoral: 2. Algo falló