Anáhuac por: María B. del Valle
A veces envidio a los niños pequeños que por las noches tienen miedo a la oscuridad. Su problema se soluciona fácilmente encendiendo la luz y con un cariñoso abrazo de mamá o papá. Los miedos que tenemos los adultos son un poco más complicados. Miedo al fracaso, a la enfermedad, a la delincuencia organizada, a perder a un ser querido y quizá el más difícil de tratar, el miedo a ser nosotros mismos.
Cuentan la historia de un feroz león que vivía en un desierto donde soplaba mucho viento, por lo que el agua de los charcos en los que habitualmente bebía agua no estaba nunca quieta. El viento rizaba la superficie y por las ondas nunca se reflejaba nada.
Un día el león se adentró en el bosque, donde solía cazar y jugar, hasta que se sintió algo cansado y sediento. Buscando agua, llegó a un charco que contenía el agua más fresca, tentadora y apacible que había imaginado. Los leones, como otros animales salvajes, pueden oler el agua, así que el león se acercó al charco y alargó el cuello para beber un buen trago. Al ponerse en frente del agua, vio su reflejo y de pronto se asustó ya que imaginó que era otro león.
¡Ay! -pensó para sí-, esta agua debe pertenecer a otro león; será mejor que tenga cuidado.
Retrocedió, pero al poco rato volvió a tener sed, por lo que regresó al charco. Esta vez el león esperaba poder ser capaz de ahuyentar al “otro león”; así abrió sus fauces y dio un terrible rugido. Pero tan pronto como enseñó sus dientes, la boca del “otro león” también se abrió; y a nuestro león esto le pareció una horrible y peligrosa visión.
Una y otra vez el león se apartaba y volvía de nuevo al charco. Una y otra vez tenía la misma experiencia.
Después de un largo rato, sin embargo, estaba tan sediento y desesperado que decidió:
“¡Con león o sin león, beberé de esa charca!”
Y he aquí lo que pasó:
Tan pronto como el león hundió su rostro en el agua… ¡el “otro león” desapareció!”
El león es el rey de la selva y no temía a nadie, a nadie excepto a sí mismo. De igual forma, el hombre es el rey de la creación y su miedo principal es el encontrarse a sí mismo. Parece quizá un miedo absurdo, pero existe. Sin darnos cuenta, dedicamos una buena parte de nuestro tiempo a huir de nosotros mismos y a tratar de ser lo que no somos. Usamos el estilo de ropa que usan nuestros amigos, asistimos a los lugares que otros frecuentan, repetimos los comentarios que escuchamos en la tele o leemos en algún periódico, pero al final ¿quiénes somos? ¿Nos asustamos como nuestro amigo el león, cuando nos vemos al espejo?
Cuántos de nosotros nos hemos echado un clavado a nuestro interior para conocer lo que hay dentro, en vez de desgastarnos por aparentar y disfrazar nuestro verdadero yo.
Se nos olvida que hay una sola persona con la que tendremos que vivir para siempre: nosotros mismos. Sería bueno aprender no sólo a no tenernos miedo sino a conocernos para poder valorarnos y amarnos.
El trabajo que nosotros podemos y tenemos que hacer en este mundo, nadie más lo puede hacer, ni siquiera la Madre Teresa con su gran entrega y generosidad. Nadie tiene, ni ha tenido en la historia de la humanidad, el conjunto de habilidades, talentos, redes de conocidos y conocimientos que tenemos nosotros, por lo que la misión que cada uno tiene en sus manos es única, individual, intransferible y sumamente importante. La palabra de cariño que no digamos a nuestra esposa, la ayuda económica al amigo en problemas, el apoyo cercano al empleado en apuros, sino no lo hacemos nosotros, va a quedar sin hacerse.
Sé que muchos tememos al fracaso económico, amoroso, social o profesional y creemos que “copiando” o “imitando” las vidas de los demás lograremos alcanzar esas metas y expectativas que nos hemos propuesto. La realidad es que eso es imposible, nunca lo lograremos. Sería como pedirle a una mesa que actuara como vaso. Tratemos de ser la mejor mesa, la más fuerte, sólida, bonita y útil, aunque de ella no se pueda beber agua. Y evitemos ser un horrible y patético vaso de madera que ni siquiera puede sostener un poco de agua.
Averigüemos quiénes somos y una vez que lo hayamos descubierto, no temamos aceptarnos y dar lo mejor de nosotros. Al igual que el león, una vez que damos ese paso hacia adelante en el agua, desaparecerán esas cadenas de miedo que nos llevan de un miedo a otro y que nos limitan y paralizan. Este mundo necesita de leones que se sepan leones, es decir, de hombres y mujeres que asumiendo su lugar en esta sociedad sustituyan esas cadenas de miedo por irrompibles cadenas de amor y confianza.
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