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julio 24, 2015

El nuevo dólar

De política y cosa peores. Por: Catón.


El nuevo dólar


El toro estaba de un lado de la cerca; la vaquita del otro. Ella puso en ejercicio todas sus artes de seducción vacuna, y el toro empezó a rebufar y a escarbar la tierra con patas y cuernos.


Finalmente, incapaz ya de contener sus rijos, el animal saltó la cerca y quedó junto a la vaquita. “¡Caramba! –Comentó ella con un mohín de coquetería–. ¡Se ve que traes deseo y pasión!”.


“Traía –gimió afligido el pobre toro–. Las dos cosas se me quedaron en la cerca”… El señor llamó al mesero Babalucas. “¡Oiga! –le reclamó–. ¡Hay varias monedas en mi sopa!”.


“Efectivamente, caballero –contestó el badulaque–. Usted me dijo ayer que no volvería al restaurante si no había cambio en la comida”…


Capronio puso en el mostrador de la farmacia la mercancía que iba a pagar: 20 cajetillas de cigarros; ocho sixs de cerveza; dos botellas de ron, dos de tequila y dos de brandy, y cuatro docenas de condones.


Le preguntó la encargada: “¿Alguna otra cosa, señor?”. “Ah, sí –respondió Capronio–. Un chocolate. Es el único vicio que tengo”… Cierto petrolero texano se casó. Pocos días después buscó a un abogado especializado en divorcios.


El letrado le preguntó: “¿Por qué quiere usted disolver el vínculo conyugal?”. “No quiero disolver nada –contestó el rudo texano–. Lo que quiero es divorciarme”.


“Es lo mismo –aclaró el licenciado–. ¿Por qué se quiere usted divorciar?”. Respondió el petrolero: “A veces mi mujer no quiere hacer el amor”. Le indicó el abogado: “Su esposa es una mujer con derechos, no una esclava.


Al casarse con ella no adquirió usted derechos de propiedad sobre su persona”. “Ya lo sé –contestó el petrolero, hosco–. Pero creí que al menos tendría derechos de perforación”…


Un pobre ciego iba por la calle con su perro. Al llegar a una esquina el can alzó la pata e hizo lo que no debía hacer en una de las piernas de su amo, cuyo pantalón quedó mojado.


De una bolsa sacó el invidente un pedazo de pan y se lo ofreció el perro, que se alzó sobre las patas traseras para alcanzar el alimento. Una bondadosa dama felicitó al sujeto.


“¡Qué gran corazón tiene usted, buen hombre! –le dijo conmovida–. Su perro le moja el pantalón, y usted, en vez de disgustarse, le ofrece un pedazo de pan”. “No se equivoque, señora –respondió con rencoroso acento el individuo mientras seguía ofreciéndole el pan al animal–.


Estoy tratando de centrar al desgraciado para darle una patada en los éstos”… El ingenio de los mexicanos no tiene límites. El otro día recibí un mail que decía: “El nuevo dólar”.


Y venía la imagen de un billete de 20 pesos mexicanos. Pocas veces nuestra moneda se ha visto tan débil y desmedrada. (“Desmedrada” con e, por favor. Y, pensándolo bien, también con a).


Cuando las señoras que habitan en la faja fronteriza de México van “al otro lado” a hacer sus compras, ya multiplican cada dólar por 20, tomando en cuenta la taxa, como suelen llamar al impuesto que se aplica allá.


La devaluación del peso es continua y creciente; quién sabe en qué vaya a parar. Yo no sé de cuestiones financieras –de las demás cuestiones tampoco sé–, y por lo tanto no puedo decir nada acerca del origen de este fenómeno y de sus posibles consecuencias.


Lo que sí sé es que la tal devaluación es una señal ominosa que refleja la gravedad de nuestra situación económica. Y nada indica que las cosas vayan a mejorar.


Como dijo el señor cura García Siller, de mi ciudad, al relatar la pasión y muerte de Nuestro Señor: “Así se pusieron las cosas, y ni modo”… Tabu Larasa era una chica despechada.


Quiero decir que no tenía nada de busto. Un día halló una vieja lámpara en el desván de su casa. La frotó para limpiarla y apareció un genio. “Te concederé un deseo” –le dijo.


Pidió Tabulina: “Quiero tener más grande el busto”. “Concedido –respondió el genio–. Cada vez que alguien te pida perdón por algo el busto te crecerá una pulgada”.


Al día siguiente Tabu tropezó en la calle con un señor. “Perdón” –le dijo el hombre. Ella sintió que le crecía el busto, y se alegró. Por la tarde una señora la rozó al pasar junto a ella.


“Perdón” –le dijo la mujer. ¡Una pulgada más de busto! Tabu estaba feliz. Poco después un señor de edad madura la empujó ligeramente al entrar en el elevador. Le dijo muy apenado: “Señorita: le pido mil perdones”… FIN.



El nuevo dólar