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julio 11, 2014

El arte de producir conocimiento

Por: Federico Arellano


Un día despiertas y antes de meterte a la regadera suena el teléfono. La alarma del Whatsapp te avisa que las cosas no serán como tu lo habías planeado, que el negocio que llevas maquinando desde hace años debe cambiar radicalmente para seguir existiendo, que ese trabajador que justo hoy tenía que entregar resultados se ha enfermado de influenza, que la copiadora se descompuso y el escrito debe ingresarse a las nueve de la mañana.


Haces un esfuerzo por confiar en que, a pesar de todo, el día será bueno. Abres la regadera para descubrir que justo hoy, se descompuso el calentador y te toca agua fría. -No pasa nada, sólo casualidades- dices para contener tu humor.


El tráfico está de locos. “Una obra al día” es demasiado para esta ciudad. El Whatsapp no ha parado de sonar y recibir noticias cada vez más descabelladas y menos alentadoras para hoy. En la radio, los diputados han aprobado una nueva ley que no mejorará nada pero te obligará a perder más horas al día declarando impuestos ¡en otro momento te preocuparás por eso! Ahora lo único importante es llegar a la oficina.


Tus clientes, como siempre, están fuera de control, todo el trabajo urge pero la paga escasea. Tu jefe ni se diga, desde que llegó de vacaciones la trae en tu contra y el destino sólo le da armas para perjudicarte: te cachó en la tiendita y checando Facebook desde la compu de la oficina. Te regañó y te dieron ganas de contestarle que ojalá pudieras navegar, la computadora que te asignaron está más lenta que tu circulación sanguínea, que, gracias a tus hábitos de Godínez está cargada de colesterol.


Y así mañana tras mañana, semana tras semana. Casarse, morirse y tener hijos, se vuelven los únicos eventos relevantes en la vida. Se te empieza a olvidar cuándo fue la última vez que te sorprendiste por algo cotidiano.


De repente, el colmo: lees en el periódico indicadores de productividad, de empleo y de crecimiento económico. Como eres economista, te burlas de los columnistas. En el fondo te burlas de ti mismo -los tecnócratas usan unas palabritas muy chistosas- “productividad marginal”, “innovación tecnológica”, “tasas de sustitución” ¡Ja! Pobres académicos. Ojalá supieran que esos conceptos son absolutamente inútiles en la inmensa mayoría de los trabajos. Ojalá supieran lo que es pelear por una “plaza” y tener un jefe necio e ignorante. Esas cosas, que no tienen nombres rimbombantes y que no le pasan al académico sino al oficinista de a pie, son las que nos tienen jodidos como país.


De regreso a casa, atascado en el tráfico que originó que las lluvias convirtieran las alcantarillas en genuinas fuentes de Neptuno, te pones a pensar si todas esas cosas que vives sirven de algo. Te acuerdas de tus épocas de estudiante cuando soñabas con ser alguien en la vida. ¿De verdad todo eso que te pasa no servirá para nada? Volteas a tu lado izquierdo y regresas la mirada apenado, te tocó ver cómo mojaban a esa pobre señora de cincuenta y tantos que claramente estaba esperando su camión regresando de un trabajo bastante menos glamoroso que el tuyo. La pena que te da, te obliga a dejar de filosofar, mejor enciendes el radio y te distraes, no vaya a ser que por andar pensando cosas, la vida se enoje contigo y te quite las comodidades que a duras penas has conseguido. Eso de pensar, eso de generar conocimiento, de documentar las vivencias diarias, de elaborar indicadores a partir de lo cotidiano se lo dejas a la gente sin quehacer.


Nos leemos el próximo viernes en este mismo espacio, en este mismo periódico ¡pídalo a su voceador!


@FedeArellano


Economista económico / Abogado desgraciado / Queretano autoexiliado