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mayo 08, 2015

El primitivismo en las campañas políticas

Diario de un Nihilista. Por: Alfredo García.


El primitivismo en las campañas políticas


Las campañas de varillas y bultos de cemento son constructivas, en el sentido literal de la palabra; decentes, vamos, positivas y propositivas. Comparadas con las campañas verbales de partidos que no tienen ideas ni militantes.


Que piensan que las palabras son ideas, aunque se trate solamente de sintagmas de odio. Un bulto de cemento y una varilla, además de objetos, son ideas, asociadas a otras ideas de gran trascendencia social, como lo son las de familia, porvenir, bienestar.


Las palabras “fraude” y “corrupción”, más que ideas son piedras, que nadie debería atreverse a lanzar so pena de descalabrarse a sí mismo.


Así ocurre en Sonora: ¿cómo atacar a Claudia Pavlovich sin morderse la lengua al pronunciar el nombre de Guillermo Padrés? Los casos son innumerables cuando se trata de personas: los individuos no son ideas sino hechos particulares, azarosos, difícilmente clasificables.


Las campañas ad hominem son falaces, tramposas, de escasa ética. Fácilmente derivan en campañas de odio, de envidia, de insulto, de miedo. Dichas campañas negras se han vuelto la especialidad del PAN, desde que en 2006 las usaron para quitarle de las manos la Presidencia de la República a Andrés López Obrador.


Le arrebataron algo más que la primera magistratura: lo despojaron de su principal mercancía política. Me explico: si hay alguien en México que encarne el odio y el resentimiento social es precisamente López Obrador.


No se ha convertido todavía en un ícono de la derrota y del irredentismo, pues todavía aspira a ganar las elecciones presidenciales de 2018, bajo el lema de la tercera es la vencida.


Pero es él quien mejor que nadie ha sabido representar, explotar y manipular el resentimiento y el odio de millones de miles de mexicanos lastimados o casi destruidos por la transformación económica del último cuarto de siglo.


Me refiero a los mexicanos que no se han sumado a la economía del narco, puesto que ésta apenas tiene oportunidades para unos cuantos cientos de miles; ni a la economía del trabajo migrante, estrechamente ligada con la primera, pues las leyes migratorias estadunidenses apenas ofrecen opciones a otros cuantos cientos de miles.


El error de López Obrador es que no ha sabido amplificar ese odio y ese resentimiento mediante las bocinas mediáticas. Antes bien los oculta, los disimula, los disfraza, por ejemplo con aquella monserga de que AMLO era amor.


De manera que el PAN pudo arrebatarle con toda facilidad esas mercancías morales y psicológicas, como se quita un dulce a un niño enfurruñado, y convertirlas en un exitosísimo producto de la mercadotecnia política.


Ahora bien, trasladados desde los barrios bajos al campo mediático, el odio y el resentimiento se desinflan, se desvirtúan, se convierten en un mero desahogo, en materia combustible que sólo es útil para campañas de corto plazo.


López Obrador intentó incendiar con esa gasolina social la avenida Reforma, el Zócalo capitalino e inclusive el edificio de San Lázaro, en un fallido intento de golpe de Estado contra Felipe Calderón.


Pero esas dos sustancias, el resentimiento y el odio, con las que los cárteles amasan millones de dólares, con las que literalmente toman por las armas ciudades medianas y grandes del norte del País, así sea por unos días o por unas horas, curiosamente no funcionaron entre sus manos.


Alfredo García



El primitivismo en las campañas políticas