Los miserables por: Federico Arellano
Aunque pareciera que algunos de los temas que se tocan en este benemérito espacio son bastante tontos, esta vez tocaremos el tema más estúpido que puede existir en el mundo: la guerra.
Sepa el lector que la política internacional es bastante complicada por que, como ya se había abordado en otros episodios, se trata de una serie de reglas donde el árbitro, tiene facultad para dictar sentencias pero no puede hacerlas valer. En sede internacional, el castigo más cruel de todos es que la comunidad “te mire feo” cuando actúas de forma inapropiada.
Eso, aunado a las fuentes de financiamiento de los organismos internacionales, explica por qué las grandes potencias pueden hacer y deshacer en términos geopolíticos y nadie les dice nada. Nadie puede decirles nada. Esa es la peculiaridad del derecho internacional. El poder se ejerce de facto y aunque están concebidas para lo contrario, sigue imperando la ley del más fuerte.
Algo así sucedió en 1947 cuando, como parte de la reorganización del mundo a partir de la segunda guerra mundial, la comunidad internacional decidió reubicar a la comunidad judía en parte el territorio árabe de Palestina que atravesaba su proceso de independencia. Cuando ese proceso concluyó en 1949, los acuerdos conocidos como “El armisticio árabe-israelí”, acomodaron toda esa parte del mundo, en especial, un cachito de tierra conocido como “La Franja de Gaza” le fue asignado a Egipto.
Tiempo después, Israel atacó a Egipto y tras una serie de enfrentamientos, Egipto terminó por no reclamar como suyo ese territorio y por cedérselo indirectamente (es decir, al no reclamarlo como suyo) al Estado Judío a quien perteneció hasta 1993.
En ese año, en la firma de otro tratado conocido como “Los Acuerdos de Oslo”, Israel le devolvió a Palestina el territorio de Gaza, esto en un ánimo conciliador que le valió el Premio Nobel de la Paz a ambos presidentes. Al término de la firma, Isaac Rabin, Yasser Arafat y Bill Clinton se tomaron una foto que duraría para la posteridad.
Sin embargo, la transición política en ambos países, alimentada por el rencor de las familias que ahí habitaban, reavivó las ganas de pelear por ese territorio, desconociendo tratados y odiando al vecino como requisito cívico y plataforma electoral. La franja de Gaza fue de nuevo de Israel en 2005, y en 2007 fue de regreso a Palestina. Hoy la lucha sigue y el futuro de la región se torna cada vez más violento.
Imagine el lector vivir en una región del mundo donde a los niños se les enseña a odiar a los vecinos. En mi opinión, más que justo o injusto, histórico o espurio, es estúpido. Sin más.
En las redes sociales de mis queridos e ilustrados colegas del ITAM leía algunas propuestas para cesar el fuego. Una muy sensata me pareció a partir de la educación: decía él: “si logramos que los niños judíos y palestinos acudan a los mismos colegios, sería fácil que entendieran que la historia y las tradiciones son absurdas en sí mismas, que como seres humanos, como seres vivos, no somos pasado; somos, única y modestamente, cada día de nuestras vidas, una promesa de futuro”.
Usted amable lector, ¿alimenta algún odio en su vida por tradición?
@FedeArellano
Economista económico / Abogado desgraciado / Queretano autoexiliado