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junio 01, 2015

El PAN cotidiano

Diario de un Nihilista. Por: Alfredo García.


El PAN cotidiano


El pan cotidiano. La corrupción no terminará con una cruzada mediática ni con una cacería de brujas. Naturalmente, no acabará de la noche a la mañana. Hará falta un combate institucional, sistemático, como el que ahora se intenta.


Sus frutos serán escasos y parcos, inclusive tardíos. Un cáncer que toca a la médula de la nación no podrá extirparse de súbito, sin un riesgo serio para la propia vida nacional.


La transición democrática duró un cuarto de siglo y aún no está consolidada. La política de transparencia y el combate a la corrupción tardará por lo menos un período igual hasta conseguir resultados dignos de consideración.


Es evidente que se emprende con vistas a brindar confianza y estabilidad a la inversión extranjera, sobre todo en el campo de los energéticos y las comunicaciones. Sin embargo, se la ha enlazado desde ahora con la transición democrática, con el propósito de sanear a la clase política. Las campañas electorales de este año se han tejido en torno al tema de la corrupción, que está presente en todos los spots de los partidos y singularmente en la disputa por las gubernaturas de Nuevo León, Sonora y Michoacán.


A la larga, hará falta profesionalizar la carrera política, esto es, institucionalizar el llamado chapulineo y permitir que las personas dedicadas a esta actividad puedan reelegirse indefinidamente en las diputaciones locales y federales, así como más de dos veces en las alcaldías y gubernaturas.


Debemos superar nuestro escepticismo: más vale bueno por conocido que malo por conocer.


Tomando la política como una profesión y un modus vivendi, los políticos tendrán que superar asimismo el patrimonialismo que los lleva a enriquecerse durante tres o seis años, de una manera tal que heredan bienes mal habidos hasta a la tercera y cuarta generación de sus familias.


Los mecanismos de transparencia y de combate a la corrupción se encargarán de que cualesquier político, perteneciente o no a la familia Gutiérrez, De las Fuentes, Moreira, Cárdenas, Hank, etcétera se desempeñen correctamente en sus funciones.


La inédita cruzada debe tocar asimismo a la clase empresarial, que es la gran corruptora de la clase política.


Dicha clase, que por su mezquindad y su mediocridad quedará en desventaja ante los inversionistas extranjeros, se topará a sus espaldas con el muro de Hacienda, al que ha burlado durante tres cuartos de siglo, y que la dejará ahora sí aplastada y exangüe.


Son ellos quienes más sufrirán con la política de anticorrupción. Así como los varios millones de profesionistas de clase media, que todavía quedan, quienes gracias a los ingeniosos y enredados mecanismos de la corrupción se han hecho del dinero suficiente para pagar el abono y la gasolina de una camioneta del año, una casa no de Infonavit, así como las exageradas colegiaturas de sus hijos en escuelas católicas.


Que se pongan a rezarle desde ahora a su partido político favorito, porque la lucha contra la corrupción parece que viene en serio y que empezará desde abajo: millones de cabezas aportan más multas que un solo pez gordo.


Recordemos aquella frase de la época de López Portillo, cuando se anteponía la palabra todo a cualquier lema u eslogan: “La corrupción somos todos”. Sí, la corrupción es una rémora que padecen todos los países, los subdesarrollados y los hiperdesarrollados, fundamentalistas o democráticos, desde El Vaticano hasta Israel, desde Rusia hasta Estados Unidos.


No es una cosa propia de México y de Italia, como quieren hacer creer los yanquis, al igual que la mafia, la comida suculenta, el catolicismo, el apego a la madre y a la querida, el talante emocional y arbitrario, etcétera.


En un país como el nuestro, se hace obligatoria la pregunta: ¿quién le pondrá el cascabel al gato de la corrupción? ¿Las ratas o los ratones?…


Alfredo García



El PAN cotidiano