Claraboya. Por: Luferni.
Hacer que amanezca
Fue por octubre del año pasado. Una columna que una familia recordó. Piensa que no ha perdido actualidad. Aquí va, pues, de nuez…
Anthony lo cuenta. Preguntó el maestro a sus discípulos si sabrían decir cuándo acababa la noche y empezaba el día.
Uno de ellos dijo: “Cuando ves a un animal a distancia y puedes distinguir si es una vaca o un caballo. “No”, dijo el maestro. “Cuando miras un árbol a distancia y puedes decir si es un mango o un anacardo”. “Tampoco”, dijo el maestro.
“Está bien”, dijeron los discípulos, “dinos cuándo es que acaba la noche y empieza el día”. El maestro respondió: “Cuando miras a un hombre al rostro y reconoces en él a tu hermano.
Cuando miras a la cara de una mujer y reconoces en ella a tu hermana. Si no eres capaz de esto, entonces, sea la hora que sea, aun es de noche”.
Esta actitud y capacidad suele también llamarse misericordia cuando va al encuentro del arrepentimiento, la restitución y el propósito de enmienda Por acá, los rudos lenguajes humanos le llaman olvido.
En su versión internacional más digna y voluntaria recibe el nombre de amnistía. Equivale a un dejar atrás lo pasado y empezar de nuevo, sin rencores, una relación rota, una historia de mutuas ofensas.
A esta generación le duele que pocas veces las naciones, los grupos, las mismas familias puedan alcanzar la grandeza de una reconciliación. Los odios se vuelven recalcitrantes, como está pasando en Medio Oriente.
Y la expresión de los rechazos recíprocos es la agresión y la destrucción. Se intenta conjugar solo dos verbos: matar y destruír. Se ha proscrito el diálogo o se le recupera tardíamente sobre ruinas y cadáveres.
Una cinematografía comercializada ha metido en las pantallas de los televisores hogareños las estereotipadas historias en que la acción de crueldades y violencia tiene, como único motivo, la codicia y la venganza. Se filma la frialdad, la premeditación, la alevosía y la ventaja.
Se ha dicho que un adolescente actual ha visto ya diecisiete mil asesinatos en la sala de su casa. Matar al adversario y destruír sus posesiones se presenta como hazaña y solución, y hasta como final feliz.
El asesinato legalizado del inocente indefenso que aun no ha nacido, la violencia doméstica y el acoso en las escuelas, el atentado contra la propia vida como contagio social, el quitar la vida, por venganza o para suprimir resistencias, las masacres repetidas y hasta las broncas violentas en las graderías de los estadios nos hacen ver una creciente crisis de civilización que hace amenazante la convivencia.
La amnistía, la reconciliación solo es posible cuando se cancela la violencia del matar y el destruir y se logra lo verdaderamente culto, moderno y digno para construír la paz: el reconocimiento de las propias fallas y el perdón y olvido de las del adversario… Urge que amanezca el día de la fraternidad después de la larga noche que solo ve en toda distinción un motivo para separarse, oponerse y rechazarse… hasta destruirse….
Hacer que amanezca