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julio 02, 2015

¿Por qué no cayó el gobierno del presidente Peña Nieto?

La historia en breve. Por: Ciro Gómez Leyva.


¿Por qué no cayó el gobierno del presidente Peña Nieto?


Remontémonos seis meses atrás, a la crisis del otoño de 2014 que no tenía prisa por acabar. Cuando se encumbraban “hashtags” como aquel #PeñaNietoRenuncia.


En tres meses habían confluido la desgracia asociada al crimen y la impunidad, la percepción de que los gobernantes eran muy corruptos y además no podían imponer el orden; una indignación inauditamente extendida y la información de que la buena temporada económica no llegaría pronto. La popularidad del presidente Peña Nieto rondaba el 35 por ciento. Su gobierno parecía quedar a la deriva.


Sí creo que en este momento hay quienes tienen por objeto quebrar el ánimo del Presidente, pero no lo conseguirán, nos dijo el propio Peña Nieto a un grupo de periodistas cerca de las fiestas navideñas. Sin duda es el momento más difícil por el que hemos pasado, continuó.


Eso no invalida lo que se ha hecho ni detendrá lo que todavía se puede hacer. Lo que ha pasado en estas semanas nos ha servido también para revalorar las cosas. Y tenemos que pensar que las cosas van a mejorar.


Regresemos al día de hoy. Terminó el primer semestre del año que no pocos avisaban irremontable y el gobierno del presidente Peña Nieto no sólo no se derrumbó, sino que parece estar recuperado y camino de su mejor forma. ¿Por qué? ¿Qué pasó? ¿Qué de lo que tendría que haber ocurrido, no ocurrió?


El Presidente confió en su equipo, supo aguantar vara. Salvo en la PGR, no cambió a la primera línea. Rehízo la Secretaría de la Función Pública para tratar de establecer un nuevo estándar ético. Pese a episodios graves, el enojo y la protesta social no se desmadraron ni devinieron estallido, insurrección.


Quedaban las elecciones, el profetizado voto de castigo. Pero se votó y el Presidente no perdió. Podrán hacerse cientos de disertaciones sobre el significado del 29 por ciento del PRI, pero es extraordinariamente forzado concluir que equivale a una derrota de Enrique Peña Nieto.


Quizá lo más notable es que la resistencia de Los Pinos se dio sin una economía que presumir ni un sentimiento de alivio en los asuntos de inseguridad y violencia.


Sin embargo, hoy el Presidente se placea con los reyes de España, luce a su esposa, está de vuelta en los foros internacionales, habla sin sentimiento de culpa, promete tiempos menos nublados y, paso a pasito, escala en los índices de popularidad.


¿Qué cambió de fondo en estos seis meses? Pregunto desde mi asombro de cronista de las calamidades del otoño y de esta silenciosa, pausada recuperación primavera-verano. Dejo la respuesta a los analistas.


Una clave podría estar en lo que me dijo el diputado Manlio Fabio Beltrones cuando la cresta de las olas de Ayotzinapa y la casa de Angélica Rivera, cuando sacar el pecho por Enrique Peña Nieto era de alto riesgo: “México no necesita héroes, sino políticas públicas e instituciones que nos acerquen a la solución de los problemas”.


MENOS DE 140 Hoy se juega buena parte de la suerte de Elba Esther Gordillo, de su posible prisión domiciliaria.



¿Por qué no cayó el gobierno del presidente Peña Nieto?

julio 01, 2015

Ley anticorrupción

Día con día. Por: Héctor Aguilar Camín.


Ley anticorrupción


Se puede decir todo del gobierno de Enrique Peña Nieto, menos que no legisla o que su legislación es accesoria.


Lleva más de diez reformas de amplio espectro: educativa, de competencia económica, de telecomunicaciones, financiera, laboral, de amparo, penal, electoral, fiscal, de transparencia, anticorrupción.


Esta última fue la materia del anuncio presidencial de la última semana. Su debilidad política inmediata es evidente. No solo no responde a los reclamos de castigo a la corrupción vigente, sino que da un plazo de un año para legislar la ley reglamentaria que hará posible ejercer la norma constitucional.


Y, sin embargo, la ley aborda varias cuestiones fundamentales. Destaco las siguientes:


Uno, los servidores públicos quedan obligados a presentar su declaración patrimonial y de conflicto de interés.


Dos, el secretario de la Función Pública será  ratificado por el Senado.


Tres, la prescripción de sanciones administrativas graves se amplía de 3 a 7 años.


Cuatro, la Auditoría Superior de la Federación (ASF) podrá fiscalizar los recursos federales destinados a estados y municipios.


Cinco, se podrán fincar responsabilidades a funcionarios públicos y a sus cómplices privados. No solo al que cobra mordidas también al que las paga.


De esta reforma constitucional puede predicarse lo mismo que de las otras: sus efectos serios tardarán  en llegar.


El clamor contra la corrupción quiere consecuencias hoy, y su desencuentro con una legislación que tardará años en aplicarse es obvio.


Pero también es obvio, o debería serlo, que las soluciones institucionales duraderas en esta materia necesitan reglas mejores que las que tenemos. Nuestra verdadera tradición en materia de castigar corruptos, hoy por hoy, es la consigna política sobre a quién hay que castigar, y a quién absolver.


El castigo a la corrupción de que somos capaces hoy en día, termina pareciéndose mucho a la elección de un chivo expiatorio o a la absolución de un influyente culpable.


También en esto el gobierno federal pone hoy reglas para el futuro que no cambian el presente, reglas que el propio gobierno no podrá cumplir ni administrar en el corto plazo, como la mayoría de sus reformas.


Peña Nieto ha diseñado un banquete que él no podrá servir, pero que quizá puedan servir sus sucesores.


hector.aguilarcamin@milenio.com


www.lopezdoriga.com



Ley anticorrupción