Presente lo tengo yo. Por: Armando Fuentes Aguirre “Catón”.
El sarape de Saltillo
“Nos vemos en el baratillo, sarape de Saltillo”. Ese refrán mexicano rinde homenaje de admiración a nuestro sarape, mostrándolo como prenda de lujo. Se refiere el dicho a las mudanzas de la fortuna, y enseña que aun el más encumbrado y rico puede caer en extremos de desventura y humildad.
La palabra sarape -alguna vez se escribió con zeta- viene posiblemente de dos vocablos del náhuatl: tzalan, tejido, y pepechtli, manta. Nuestros indígenas tenían la tilma, prenda cuadrada que se usaba echándola sobre los hombros y anudando sus puntas por delante.
Los españoles gastaban la manda llamada “jerezana”, con la que se cubrían echando sobre el hombro izquierdo la punta más larga, como hacen nuestros campesinos cuando se cubren con una cobija estando de pie.
Quizá de esas dos prendas provino esa magnífica gala que es el sarape.
Nos lo trajeron nuestros padres tlaxcaltecas, y en ninguna parte como aquí los llegaron a tejer tan bien, tanto así que el sarape de Saltillo alcanzó fama mundial.
No es como los demás nuestro sarape. Características distintivas suyas son la urdimbre, que es de algodón, y la trama de lana; su medida tradicional, generalmente de 2.60 por 1.20.
Sus vivísimos colores que se combinan en tonos descendentes hasta llegar al centro del sarape, en el que debe haber un diamante o rombo. Sus extremos llevan fleco largo de blanquísimos hilos de algodón.
Nunca, por ningún motivo, debe el sarape llevar abertura en el centro, pues eso lo desvirtúa y quita su carácter, reduciéndolo a esa vulgar prenda inferior que es el jorongo. Ya lo dice otro refrán: “Cualquier sarape es jorongo abriéndole bocamanga”.
El lujo del sarape de Saltillo, su alta categoría, derivan de que el sarape no es prenda de abrigo, sino de adorno.
Como el mantón de Manila, el sarape no se usa para cubrirse de las inclemencias del tiempo, sino para engalanarse, para mostrar riqueza y calidad.
Por eso lo vemos en el hombro del charro, como ornato que pone color en la sobriedad de su traje; por eso lo veíamos sobre el piano en las antiguas casas saltilleras, o cubriendo la vastedad de un gran sillón; por eso nunca consentiríamos en ver la belleza de un sarape de Saltillo sirviendo a la prosaica necesidad de taparnos las espaldas para evitar el frío.
Proteger el sarape de Saltillo, amenazado de extinción; preservar los obrajes llenos de tradición en que se tejen; hacer que nuevos artesanos aprendan de los viejos el arte maravilloso de esos telares taumaturgos es tarea que todos debemos emprender. No dejemos que se nos vaya el sarape de Saltillo, pues con él se iría algo de nuestro arco iris y de nuestro sol.
El sarape de Saltillo
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