Crónicas de vargas por: Jorge Vargas Sánchez
LA NORIA, EL MARQUÉS.- El sol del amanecer los esperó en el fondo del horizonte. Y mientras llegaban, con su luminosidad se posó en los sembradíos del valle, luego acarició el pavimento de la carretera y después se metió por las ventanas de los automóviles en movimiento, hasta que más allá fue tibiando a los friolentos peregrinos, sentados unos sobre el suelo frío, de pie otros, y unos más, acostados, descabezando el sueño interrumpido. Pero todos, delante del altar.
Venían arropados casi todos, desde el final de la madrugada, cuando salieron del Templo de La Congregación, después de haber participado en la Misa de Buen Viaje, oficiada a los pies de la imagen guadalupana, obra del pintor Miguel Cabrera, cuya inspiración habría ocurrido antes de diciembre de 1680, cuando el recinto religioso fue dedicado a la Virgen Morena.
Empezaron a andar bajo un cielo con algunas nubes bajas, una luna brillante, y un viento fresquito que lo fue disipando la misma energía de sus pasos, guiados por los del Obispo Faustino Armendáriz Jiménez, tan andariego como ningún otro Prelado que se recuerde. Pues desde su llegada a esta Diócesis de Querétaro, ha caminado lo mismo con las peregrinas que con los peregrinos. “Caminé 200 kilómetros el año pasado; y este año espero caminar más”, le dijo a los periodistas hace pocos días.
Con su vestimenta sacerdotal, y también con su sombrero de peregrino, el jerarca católico ha sido ejemplo de esa su vinculación con los feligreses. Como la que tuvo el Padre Juan Marcos Granados, a quien la tragedia lo sorprendió la madrugada del 29 de noviembre del año pasado. Iba en su cochecito de la comunidad Doctor Mora a la cabecera municipal de San José Iturbide, Guanajuato, de donde era originario, pero la niebla espesa le truncó sus planes, y en una curva, queriendo hacerse a un lado del camino para evitar algún estropicio, el automóvil se fue al barranco. Cuando en el amanecer lo encontraron, tenía ya los primeros signos de hipotermia. En el nosocomio lo arroparon para quitársela de encima mientras lo medicaban, y conforme le volvió la temperatura corporal, el coágulo que se le había hecho durante el suplicio que tuvo dentro de la unidad, le llegó al cerebro, y falleció.
Del Padre Granados, el Obispo se acordó al comienzo de la Misa en esta comunidad. “Les pido que oremos por el Padre Granados”, le dijo a los romeros. Lo hizo como Pastor de la grey católica que es, pero quizá también porque lo ligó un afecto grande con el Presbítero, hasta el punto de que en su despacho de la casa obispal, están los dos en una fotografía de regular tamaño. Mirándola, los recuerdos se remueven. El Padre Granados poseyó una didáctica esplendorosa para enseñar la religión. Tanto era así, que en una de las jornadas de la Peregrinación el año anterior, casi de manera magistral hizo a los romeros caer en la cuenta de qué es un buen esposo y qué es ser esposo de membrete. Les hablaba en su idioma, en el lenguaje común, ese que se escucha en los bailes –a los que entonces se refería- y en la casa; el mismo que pronuncia el marido cuando cree que por serlo puede hacer cuanto quiera, pasando por encima de los derechos de la esposa. Y entonces les proponía escoger uno de dos caminos: seguir siendo tan inhumanos o ser auténticos varones y verdaderos esposos, y les numeraba las virtudes de éstos. Los peregrinos, sentados en un suelo áspero, cerca de uno que otro arbolito, ni se movían, ni pestañeaban. A veces asentían ligeramente con la cabeza, y en otras, sin hacerlo, pero con un rostro que reflejaba que lo admitían, recibían de buen talante la conseja.
Los peregrinos siguen teniendo presente al Padre Granados. Una fotografía de él, junto a la imagen de la Virgen de Guadalupe, luce impresa en algunos estandartes que llevan los grupos de romeros. Ese es el modo de recordarlo.
También lo recuerdan las peregrinas. Con ellas aplicaba la misma didáctica. Y por ese camino anda el Padre Bernardo Reséndiz Vizcaya, director espiritual de la romería y Párroco del Templo de La Natividad, en el municipio de San Juan del Río.
-No piensen en el futbol; lo van a retransmitir a las 5:00 de la tarde. A ver: ¿quién va a ganar?…: el Papa Francisco- les decía, de buen humor, parado encima de un banquito, para que lo vieran todas las peregrinas que iban llegando y las que descansaban en la comunidad de Loma Linda, antes de la Misa Dominical. Aunque algunas aprovechaban el tiempo para mirarse y atenderse sus pies de princesas, y otras para untarse las cremas matutinas en los brazos, otras más para conversar con sus característicos ademanes, mientras unas estaban recostadas debajo de alguna sombrita, cerca de los puestos de fritangas de feria, cuyos aromas retorcían las tripas de los estómagos vacíos todavía a esas horas de la mañana.
El Padre Bernardo seguía. Leía algunas partes del “Horario 2014”, que es un librito con la ruta de las jornadas y los servicios de salud que se prestan. En fin, la hora de las distintas actividades. Es un manual. Y cuando estaba por comenzar la Misa, y habiendo terminado de leer lo que había leído, buscó con la vista y con la voz a la dueña del librito: “Regreso este itinerario, que no es mío; así me he hecho de varios”.
Lo había dicho después de que el trío femenino que canta lo que hay que cantar en las misas entonaba algo sobre Jesús: “¿Qué hizo Jesús?”. Y sin que nadie se los impidiera, al fin y al cabo ellas tenían el micrófono en la mano, al canto le hacían arreglos sobre la marcha: “Mira lo que hizo Jesús: hizo puras mujeres bonitas… ¡¿Dónde están las mujeres?!”. Y de encima de las cabezas salían coros en favor de ellas mismas. Pues claro. Eran entonces cánticos religiosos alegres, rítmicos, contagiosos, que cantantes y romeras disfrutaban en el instante, en contrario a las caras gestudas de los vendedores de piñas coladas:
-¿Cuánto valen?– preguntaron unas peregrinas, paradas delante del puestito con jarritas de barro y algunas piñas en su mero punto.
-A veinticinco– dijo el jovencito sin ganas de vender.
-¿Las preparan?
-Sí las preparamos, señito, pero no nos dejan prepararlas. Acaban de pasar para decirnos que no se pueden vender.
Las peregrinas se retiraron. El joven se fue al otro lado del puesto de anteojos de marca, según una lista grande, plasmada en la manta que de la mesa caía hacia abajo. Y ahí rumió su coraje:
-Yo me voy a preparar mi fruta picada, y a ver, ¿háganmela de jamón?
Los demás vendedores no objetaban. A los funcionarios de la Secretaría de Salud, que inspeccionaban la sanidad de los alimentos en venta, les contestaban las preguntas, luego se sentaron a esperar que terminara la Misa para vender lo que vendieron. Porque en cada jornada hay puestos de feria. Uno se puede vestir completo, si lo quiere. Porque encuentra de todo, o casi. Encuentra desde un sombrero o una cachucha, hasta agujetas, pasando por mantillas para las mujeres, por supuesto con imágenes guadalupanas plasmadas; y masajes terapéuticos, que se ofrecen por distintos precios, y productos para la limpieza personal; también bastones, memorias electrónicas, comida, plantillas para los zapatos, alpargatas, zapatos de plástico, fruta, impermeables, productos electrónicos baratitos y otros muy caros, y cuanto usan los caminantes, delante de los cuales van los comerciantes de ferias y hasta los mercachifles. Porque mientras para miles es una devoción caminar hacia la Villa, para otros esto es negocio, un negocio próspero y nada más.
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