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julio 25, 2014

El milagro de Aidé, cruzó la frontera embarazada

Foto: Getty.


El milagro de Aidé, la mujer que cruzó la frontera embarazada de ocho meses y vivió para contarlo.


Aidé huía de la violencia en El Salvador. Cuando llegó a la frontera de Estados Unidos, el parto se le adelantó.


Decenas de inmigrantes se embarcan en un viaje que no les asegura el éxito: aunque consigan llegar a la frontera, corren el riesgo de ser deportados.


25 de julio de 2014.-César tiene cuatro días. Los mismos que lleva en Estados Unidos. Su madre, Aidé, de 18 años, viajó más de una semana desde su casa de El Salvador hasta la frontera embarazada de ocho meses. Quería huir de la violencia en su país refugiándose en Nueva York, donde vive su madre y sus hermanas. En el camino, se subió a tantos buses que ni recuerda y atravesó en una balsa el Río Grande, que separaMéxico del estado de Texas. Se enfrentó al calor, a las serpientes y a los traficantes y ladrones que merodean por la zona. “Fue bastante arriesgado porque ya me faltaban pocos meses para dar a luz y aún así decidí venirme”, explica a laBBC.


A su llegada, los agentes migratorios estadounidenses la retuvieron durante seis días. Cuenta que se sintió tan estresada que se le aceleró el parto y tuvieron que trasladarla al hospital de Mission. Después, la llevaron a un albergue temporal creado por la Iglesia del Sagrado Corazón en la ciudad de McAllen, en Texas.


La historia de Aidé es la de decenas de inmigrantes que cruzan la frontera en busca de una vida mejor embarcándose en un viaje que no les asegura el éxito: aunque consigan llegar a la frontera, en Estados Unidos corren el riesgo de ser deportados a sus países. Muchos de estos inmigrantes son mujeres embarazadas. Desde principios de junio, han llegado a este centro de acogida más de 3.500 personas, especialmente madres con sus hijos. Son procesadas y liberadas por las autoridades con la orden de presentarse ante un juez que definirá su estatus migratorio.


Aidé lo hará en agosto, en Nueva York. Allí se definirá su futuro. Mientras, ahora, solo le queda un trayecto para llegar a su destino: un viaje en autobús de 51 horas a Nueva York, donde la espera su familia. No sabe si finalmente conseguirá quedarse, pero, de momento, ya siente que cumplió su sueño de llegar a Estados Unidos, aunque admite que no volvería a hacer el viaje de nuevo. “No. Ya no lo haría, porque no es nada fácil”, explica.


Violada y explotada sexualmente con solo ocho años a manos de los coyotes.


Jocelyn es un nombre ficticio pero su historia no lo es. El suyo es el relato de una niña guatemalteca que viajó sola a la frontera de Estados Unidos con México. Sus padres, que trabajaban de forma ilegal en Estados Unidos, pagaron a unos ‘coyotes’ – o ‘polleros’, según la jerga – para que la llevaran a la frontera con la idea de reagruparse, pero la niña se quedó en el camino. Con sólo ocho años fue explotada sexualmente hasta que logró escapar y cruzó por fin la frontera a la altura de Río Grande. Su caso es dramático, pero al menos pudo contarlo. Otros niños como ella cayeron en manos de las mafias que trafican con órganos y perdieron la vida, aprovechados y vendidos por partes como carne de vacuno.


Los peligros de la travesía y la impunidad de las mafias son precisamente los argumentos de las autoridades norteamericanas para persuadir a los inmigrantes, a menudo desinformados por las organizaciones criminales, que crean en sus víctimas una ilusión de pase libre a los Estados Unidos aunque el viaje sea, en la mayoría de los casos, de ida y vuelta. De momento, la estrategia de las mafias está funcionando y Estados Unidos anunció recientemente que en los últimos ocho meses ha detenido en sus fronteras a 47.000 niños no acompañados procedentes de países centroamericanos, el doble de los interceptados en el período inmediatamente anterior. Según las estimaciones de los expertos la cifra podría llegar a los 70.000 al final de 2014, una auténtica avalancha que muchos ya califican de “emergencia humanitaria”.


José Luis Zelaya, el niño que huyó de Honduras por miedo.


“Nací en Honduras, en San Pedro Sula”, la capital mundial de la violencia. De niño, crecí en la extrema pobreza. Fui testigo de la muerte de mi hermano en los brazos de mi madre porque no teníamos dinero para llevarlo a un hospital.”, declara con angustia y después de trece años, José Luis Zelaya, un joven inmigrante que tuvo que huir de su país por miedo.


“Teníamos un padre violento, un hombre alcohólico que golpeaba a mi madre en público, que me golpeaba a mí y me impidió acceder a la educación, que, literalmente, me separó de mi madre. Mi madre huyó de él con mi hermana menor, pero él me retuvo. Me obligó a quedarme para que pudiera proveerle alcohol. Mi madre emigró a Estados Unidos y yo me quedé en Honduras durante unos dos años sin ella. Finalmente, mi padre me echó de casa y me quedé sin hogar”.


Zelaya siguió recordando su historia en el programa de noticias de Democracy Now!: “Me convertí en un niño de la calle. Hurgaba en los tachos de basura para encontrar algo que comer. Lustraba los zapatos de la gente en los parques. Vendía caramelos en los semáforos. Limpiaba parabrisas para mantenerme. Pero la realidad es que Honduras es un país muy peligroso. Una vez, estaba jugando al fútbol y hubo un tiroteo callejero y terminé recibiendo dos tiros, uno en cada brazo, y fue ahí que tomé la decisión de que tenía que huir”.


José tenía un pedazo de papel con el número de teléfono de su madre, que comenzaba con “713”, el código de área de Houston. Sólo con ese dato y con apenas trece años de edad, se embarcó en un viaje infernal hacia el norte para reunirse con su madre. Se estima que unas 500.000 personas viajan en trenes de carga desde América Central, y a través de México, con la esperanza de llegar a la frontera con Estados Unidos.


Edwin y Sandra desafían a la Bestia para lograr sus sueños.


El anunciado refuerzo militar en la frontera de Texas tomó por sorpresa a Edwin y Sandra, una pareja de salvadoreños que cruza México en el temido tren “La Bestia” y que ahora tiene en la mira a Nuevo México, un inusual paso a Estados Unidos.


Dos pequeñas mochilas son el único equipaje con el que esta pareja, que espera un bebé de tres meses de gestación, llegó al albergue para migrantes Cristo Rey del pueblo mexicano de Apizaco (centro), tras 18 días de viaje desde el departamento salvadoreño de Santa Ana.


Además de las dificultades y peligros de la travesía, a sus oídos llegó el martes la noticia de que Rick Perry, gobernador de Texas, planea enviar 1.000 elementos de la Guardia Nacional a la frontera con México, ya de por sí amurallada y supervigilada por la Patrulla Fronteriza.


El estado de Texas, que afronta una emergencia por la llegada masiva de menores centroamericanos, abarca más de la mitad de los 3.200 km de línea divisoria entre Estados Unidos y México.


Edwin y Sandra pensaban cruzar la frontera por el punto entre el pueblo de Eagle Pass (Texas) y Piedras Negras (México), pero ahora se están planteando tomar un camino todavía más inhóspito.


“Un amigo me dijo que pasó por Nuevo México. Nadie va por ahí, está muy lejos, muy arriba y hay que caminar como tres tres días por el desierto”, dice Edwin, de 36 años un veterano de la migración que vivió por años en Dallas (Texas). Sandra calla y mira con atención el obstáculo más inmediato a vencer: un kilómetro de vallas de concreto de un metro de altura colocadas alrededor de las vías por las que circula ‘La Bestia’, el tren de carga al que se suben cada año decenas de miles de migrantes para su tránsito clandestino por México.


El tren se volvió “mas peligroso” en Apizaco (140 km de Ciudad de México) ya que desde que se instalaron estas vallas en 2012 se han registrado ocho casos en los que migrantes han perdido una o ambas extremidades, explicó a la AFP Martín Morales, responsable del albergue Cristo Rey.


Además del plan de Texas, el gobierno mexicano alista medidas para impedir que los indocumentados se suban a ‘La Bestia’, aludiendo al riesgo que enfrentan de caídas de los vagones o asaltos de los grupos criminales que operan en toda su ruta mexicana.


Sin embargo, migrantes y activistas -entre ellos sacerdotes que regentan los refugios para migrantes- se oponen a esta prohibición. “Van a tener que diversificarse los medios de transporte, llámese autobús o caminando”, con lo cual el periplo se encarecerá y será más peligroso, dice Morales mientras ordena que sirvan la comida a sus huéspedes extranjeros en una rústica tabla empotrada en la pared.


El crimen organizado también reforzará las fronteras armadas que tiene en algunos puntos del sur y este de México y elevará las “cuotas” que cobra a los indocumentados por dejarles pasar, enfatiza.


No poder usar La Bestia supone no comer.


Enrique Peralta, un hondureño de 39 años, alerta de que si no pueden usar ‘La Bestia’ tampoco podrán llegar fácilmente a los albergues establecidos a lo largo de esa ruta, en los que encuentran una cama, un plato de comida y la ayuda y protección de los activistas.


“Si nos bajan del tren, todo se va a perder; los albergues, nos vamos a tener que quedar en los cerros, va a haber más muertos”, asegura Peralta, quien viaja con una venda envuelta sobre pecho y hombro izquierdo tras una fuerte caída de ‘La Bestia’.


Con todo, los peligros acechan alrededor de estos durmientes de hierro. Grupos criminales como Los Zetas, el sanguinario cártel creado por exmilitares desertores, se aprovecha del imparable flujo de migrantes que transitan por las vías para financiarse, a través de secuestros, robos y extorsiones, y para reclutar personal.


Nueve migrantes dicen haber sufrido dos asaltos.


Frente a los propios guardias de la empresa ferroviaria, hombres armados y con tatuajes en gran parte del cuerpo los obligaron a bajar del tren exigiéndoles contratar a uno de sus “polleros (traficantes de personas) que cobra 7.000 dólares” para poder continuar el viaje a Estados Unidos.


La mayoría de las víctimas tomaron el camino de vuelta pero “nosotros decidimos rodear por el cerro. La primera noche nos tuvimos que esconder entre los matorrales” porque “nos persiguieron con lámparas por la montaña”, relata Edwin, que logró llegar a Apizaco entre este grupo de nueve migrantes.


Ser detenidos o morir, el reto de los que buscan una vida mejor.


Ser detenidos por la Patrulla Fronteriza, morir ahogados o de sed no desanima al gran número de centroamericanos que desean dejar detrás una vida de privaciones y violencia y sustituirla por otra en la sombra, pero en el rico Estados Unidos. Mientras EE.UU. debate la necesidad de reforzar aún más una ya de por si blindada frontera con México, los niños y adolescentes centroamericanos que esperan para traspasarla solo tienen una pregunta:”¿Los de la patrulla disparan con bala?”.


Robyn, hondureño de 24 años que se jacta de haber cruzado ya una vez con éxito, asegura que no, que en todo caso con pistolas de descargas eléctricas y que por lo tanto se puede intentar huir de la patrulla fronteriza una vez en territorio estadounidense.

Pero ser capturados tampoco es un problema que les disuada, si así sucede Erick tiene pensado pedir asilo por la violencia en su país, para lo cual tiene preparada una coartada convincente que espera poder sostener en los interrogatorios.


Lo cierto es que para muchos la violencia es algo tan cotidiano en sus países que hasta ahora solo la consideraban una más de las muchas razones por las que quieren salir de Guatemala, Honduras o El Salvador, desde la más mundana de tener “ropa auténtica” a otras como ayudar a la familia que se quedó.


“Huyen de la violencia de las bandas”.


Según Sor María Nidelvia, directora de la Casa del Migrante en Reynosa, ciudad mexicana fronteriza con McAllen (Texas), los inmigrantes centroamericanos independientemente de la edad llegan cansados de la violencia de las bandas, la extorsión de caciques, de policías y de la total falta de oportunidades para los más pobres.


La incertidumbre sobre qué les espera a otro lado consume el espíritu de estos jóvenes centroamericanos y mexicanos, a los que más vallas, cámaras, patrulleros o la Guardia Nacional no van a disuadir y para quienes la esperanza es una necesidad. El segundo viaje de Robyn en la “Bestia”, los trenes que transportan en el techo a inmigrantes durante días, le dejó un profunda cicatriz en la pierna derecha; Antonio, que trabajó durante años en el estado de Virginia, antes de ser deportado a México, ya ha intentado volver una vez por el desierto y recuerda que correr de noche entre arbustos ha dejado a más de uno ciego.


Miguel, también mexicano de Michoacán, pagó 4.500 dólares para cruzar el río Grande o Bravo, como se le conoce en México, hasta un todoterreno que esperaba en la orilla estadounidense para llevarle a él y a otros ocho a Houston (Texas). El vehículo repleto y con las ruedas bajas debido al peso iba escoltado por otro que informaba de la situación por radio, lo que no evitó que una patrulla de la policía estatal de Texas les diera el alto.


Los coyotes se aprovechan, cogen el dinero y les dejan a la intemperie.


“Estábamos ya a menos de una hora de Houston y los coyotes salieron huyendo y nos dejaron encerrados en el auto”, cuenta a Efe Miguel, que asegura que lo va a volver a intentar en pocos días, ya que el precio incluye hasta tres intentos.

Pese a su avanzada edad, Isabel también tomará el camino del norte, porque le encanta Michigan, donde trabajó de empleada del hogar, pero sobre todo porque estaba harta, tras ser deportada a Guatemala, de “abrir la nevera y no encontrar más que fríjoles”.

Óscar, hondureño, lleva tatuada una lágrima en la comisura del ojo derecho -un muerto- y como todos los demás tiene claro que rendirse no es una opción.


Pese a ello, después de haber trabajado para una banda tras su primer intento de entrada exitoso a EE.UU., porque “se ganaba bueno” ahora va a jugar sin riesgos. “Estoy dispuesto a trabajar recogiendo piedra si hace falta, solo quiero ahorrar 10.000 lempiras (500 dólares) y regresarme esta vez…y si me detienen por lo menos me pondré gordote y fuerte”, bromea.


Este sábado, de nuevo, en plena autovía entre La Joya y Rio Grande City, un todoterreno de la Patrulla Fronteriza y una furgoneta de detención paraban a tres vehículos para llevarse a un centro temporal de detención -que están desbordados- a más indocumentados.

Estados Unidos se gasta 12.000 millones de dólares en seguridad fronteriza y ha multiplicado desde 1993 por más de cinco, hasta los 21.000, el número de agentes de la Patrulla Fronteriza, omnipresentes en el Valle del Río Grande, la sección de toda la frontera que más detenciones realiza (más de 150.000 el año pasado).


En México, la Cruz Roja ha tenido que ampliar la ayuda médica para evitar que los inmigrantes colapsen los hospitales públicos.

Ante esta situación, los cárteles de la droga se enriquecen con el flujo de personas, que emplean en sus dudosos negocios y utilizan para mantener ocupados a los agentes fronterizos, mientras aprovechan para introducir su mercancía. Otra vez las dos caras del ser humano. La rapiña, el abuso, la inmoralidad de abusar del más débil junto con la valentía que da luchar por la supervivencia. Lamentablemente en la vida real no siempre ganan los buenos.


Desde principios de junio, han llegado a este centro de acogida más de 3.500 personas, especialmente madres con sus hijos. Son procesadas y liberadas por las autoridades con la orden de presentarse ante un juez que definirá su estatus migratorio.


Aidé lo hará en agosto, en Nueva York. Allí se definirá su futuro. Mientras, ahora, solo le queda un trayecto para llegar a su destino: un viaje en autobús de 51 horas a Nueva York, donde la espera su familia. No sabe si finalmente conseguirá quedarse, pero, de momento, ya siente que ha cumplido su sueño de llegar a Estados Unidos, aunque admite que no volvería a hacer el viaje. “No. No es nada fácil”, explica.


 


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