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mayo 23, 2015

Resistencia, persistencia

Portal. Por: Carlos Arredondo Sibaja.


Resistencia, persistencia


“Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito”.


¡Qué belleza! Hubo una época en la cual este mundo estuvo habitado por individuos a quienes bastaba el honor y el reconocimiento como estímulo para arriesgar la vida y acometer empresas imposibles, batallas merecedoras de los cantos homéricos y de la inmortalidad en mármol y en bronce.


El párrafo introductorio de esta colaboración corresponde al texto de un aviso presuntamente publicado a principios de la segunda década del siglo pasado, en un periódico inglés, para reclutar la tripulación de una de las expediciones más famosas de la historia.


El protagonista de la historia fue un irlandés nacido hacia finales del siglo 19, quien apenas logró permanecer 48 años en este mundo, pero ese tiempo le bastó para alcanzar la inmortalidad.


Curiosamente, sir Ernest Shackelton logró imprimir su nombre en uno de los volúmenes gloriosos de la historia humana gracias a su vocación por el fracaso en el propósito de conquistar el Polo Sur.


Acompañando primero a un paisano, el legendario capitán Scott, y encabezando después sus propias expediciones, Shackleton puso proa en dirección a la Antártida hasta en cuatro ocasiones. Jamás alcanzó el objetivo pero el tercero de sus viajes es todavía hoy objeto de culto y veneración.


La expedición Endurance (nombre tomado del barco a bordo del cual se realizó el viaje) integrada por 28 auténticos héroes, zarpó de Londres en agosto de 1914. La tripulación volvió a Inglaterra casi tres años después, sin navío, pero sin haber perdido a un sólo hombre.


Luego de atravesar el Atlántico y dejar atrás el extremo sur del Continente Americano, el “Endurance” quedó atrapado en el hielo polar y fue literalmente triturado por éste dejando a sus ocupantes varados en medio del gélido mar de Weddel. Salir vivos de allí les tomó casi un año y medio.


Como Leónidas al frente de su ejército de 300, Shackelton se enfrentó a lo imposible. A diferencia del rey espartano, el irlandés se alzó con la victoria y fue recibido como héroe en su país natal. Una estela sobre su tumba, localizada en la isla de Georgia del Sur, recuerda hoy, a quienes se atreven a llegar hasta allí, que la gloria la alcanzan sólo quienes demuestran merecerla.


Pero, se preguntará usted, ¿desde cuándo este espacio se convirtió en una sucursal pirata del History Channel? ¿Por qué decidimos transformar hoy nuestra colaboración en lección de historia?


No es ésa la pretensión, aunque pareciera.


Es necesario recordar la hazaña de Shackleton y poner de manifiesto su arrojo, para dar contexto a una historia de la cual fui testigo privilegiado hace unos ayeres y rivaliza, sin duda, con el episodio de la expedición Endurance.


Los hechos tuvieron lugar un día cualquiera en la morada de mi compadre Juan Carlos. Allí nos dimos cita para recrear uno de los rituales predilectos de quienes habitamos la tierra localizada al norte del Trópico de Cáncer: hacer una carne asada.


El dios Tláloc, sin embargo, no compartía nuestro entusiasmo y comenzó a teñir de gris los cielos, evidenciando que una tormenta de regulares proporciones se abatiría sobre nosotros para, nunca mejor dicho, aguarnos la fiesta.


Eolo se sumó enseguida a la conjura y entre ambos hicieron explícita la amenaza. No había nada qué discutir: la carne asada estaba condenada. Y por si alguien tenía duda de ello, de pronto comenzó a escucharse una sirena como de película de la Segunda Guerra Mundial.


– ¿Qué es eso? –Pregunté de inmediato.


–Es la alarma temprana –me ilustraron los presentes.


Enseguida, una voz gutural inundó el ambiente: –Alerta, tormenta severa. Alerta, tormenta severa.


Ni hablar: se jodió la carnita, pensamos todos, y comenzamos a darle la espalda al asador para dirigirnos, derrotados, a guarecernos de la inminente lluvia.


Pero entonces mi compadre Juan Carlos decidió revelarse: armado con una determinación digna de ser cantada por las generaciones futuras, decidió enfrentar a los habitantes de todos los olimpos y no claudicar en el empeño de comer carne asada.


Tomó un paraguas y, convertido virtualmente en para rayos, decidió interponer su humanidad entre la tormenta y las brazas. No dio un sólo paso atrás, ni siquiera cuando todo anunciaba la inminencia del diluvio.


El cielo nunca terminó de venírsenos encima, pero eso no resta un ápice al episodio de valor del cual todos habíamos sido testigos. Gracias a la entereza, arrojo y determinación de mi compadre, todos cenamos conforme lo planeado.


Se trata, desde mi perspectiva, de un acto que demuestra cómo el espíritu humano es capaz de vencer cualquier adversidad y de conducirnos al triunfo incluso en contra de los elementos.


No sé ustedes, pero personalmente pienso proponer que a mi compadre, cuando el Creador lo llame a cuentas, lo sepultemos en Grytviken, al lado del comandante Shackleton, para que comparta con un héroe de su calibre la gloria eterna..


¡Feliz fin de semana!


carredondo@vanguardia.com.mx


Twitter: @sibaja3



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