Nación petatiux. Por: Enrique Abasolo.
El voto… ¿Qué carajo hacer con él?
Cuando de niños se nos enseña el significado del dinero, quedamos invariablemente intrigados con este extraño trueque en el que unas piezas grabadas son intercambiables por todo el espectro de mercancías posibles.
De hecho, lo fascinante es averiguar que todo lo que vemos, todo lo que conocemos, todo lo que hay en la casa (la casa misma) se compró con dinero.
— ¿Entonces el dinero puede comprarlo todo?
—Bueno, casi todo, hijo.
— ¿También puedo comprar amor?
—No, el dinero no puede comprar amor, pero puede conseguirte algo más bonito y duradero.
Curiosos y recién iniciados en las operaciones mercantiles, nos encanta ir a la tienda más cercana a probar nuestras recién descubiertas facultades de marchantes. Peso que cae en nuestras manos, corremos a gastarlo cuanto antes.
Claro, nuestra noción del valor de las cosas es aún muy pobre y es común requerir la asesoría del tendero y, al tiempo que con la palma abierta le exhibimos el total de nuestro capital, le inquirimos: “¿Qué completo con esto?”.
Así de novatos, así de inexpertos, igual de torpes y principiantes, como chiquillos primerizos nos apersonamos frente a la urna seductora y son nuestras ganas de preguntar al funcionario de casilla “¿para qué me alcanza con mi voto?”. Y es que nuestro derecho al voto es aun de muy reciente adquisición.
El concepto de elecciones libres y democracia nos resulta tan novedoso como es para un niño el concepto del dinero, y vamos que lo de “libres” es muy discutible todavía.
Hay que recordar que aunque en México se celebran comicios desde sus orígenes como República, no fue sino hasta finales del siglo 20 que el sufragio cobró algo de valor y una relativa importancia en la configuración de nuestros gobiernos.
Durante todo el periodo Postrevolucionario y hasta el Salinismo tardío, lo de sufragar fue letra muerta o, mejor dicho “voto estéril”, por una cortesía y amable patrocinio del PRI, (Since 1929 La Dictadura Perfecta).
Y si hoy en día es relativamente posible elegir a nuestros mandatarios y representantes, lo cierto es que aun es un derecho bastante condicionado por la predominancia de una mayoría pobre ignorante.
Pero digamos que usted como cualquier otro mexicano, novicio en cuestiones electorales desea ejercer su voto de la manera más provechosa posible. ¿Qué hacer con él? ¿Cómo utilizarlo “tipo bien”? ¿Por quién votar, pues? Hay diversos enfoques según su filosofía cívica.
Yo por ejemplo (lo he dicho hasta el hastío), soy un abstencionista contumaz porque, sin importar quien resulte electo, al que llegue al poder sea quien sea y del partido que venga, hay que cuidarlo como si fuera el peor caco (o “caca”, si es digamos diputada) y lo hubiéramos puesto a despachar en nuestra joyería.
Por supuesto lo deseable siempre es eliminar pronto al PRI de la ecuación, por lo que sería recomendable entonces votar por aquel que le aventaje o esté más próximo al tricolor en las encuestas y preferencias, independientemente de posturas políticas o ideologías.
Yo cuando llegué a votar fue por el PAN en elecciones locales y por el PRD en elecciones federales. ¿Y en qué se parecen PAN y PRD? ¡En nada, en que no son el PRI, nomás!
Ahora, quizás usted quiera anular su voto en la creencia de que es una manera de castigar a los partidos políticos y que ello les puede impactar en su presupuesto (que reciban menos recursos públicos).
Pero resulta que no; un experto nos dice que aunque la votación sea ínfima, los partidos igual se repartirán el queso en forma proporcional, así que nos insta a votar “por el menos peor”, lo que me parece legítimo aunque en todo caso lamentable.
Otra forma de ejercer su voto es por alguno de los partidos grandes, para que los de la división botana de plano desaparezcan y así despejar un poco la contienda de tanto vivales arribista y quedarnos con los vivales de siempre, los de abolengo y prestigio. A su criterio también.
Los candidatos independientes sin duda abren otra puerta (que sabe Dios si estemos listos para tenerla abierta). Por un lado tenemos una oferta que no emana de la partidocracia (eso es bueno), pero frente al presupuesto que manejan los partidos, los independientes siempre estarán en desventaja; y amén de que a un independiente también hay que escrutarlo con igual celo, en poco tiempo se pueden saturar estas candidaturas de oportunistas exiliados (por cualquier razón) de los partidos. Hay que tener cuidado.
Como verá, alternativas para ejercer su voto las tiene. Donde no hay opciones es en sus deberes ciudadanos: el deber de exigir resultados, de pedir transparencia, justicia y rendición de cuentas, de vigilar e impugnar en todo momento el trabajo de los funcionarios y evitar el ensalzamiento de los políticos para no otorgarles trato o categoría de celebridades.
Si su decisión es no votar o anular, tampoco permita que nadie le regatee sus derechos. Usted puede y debe exigir como el que más. No se trague las falacias de los institutos electorales.
Hay mucho que hacer con la boleta de acuerdo a nuestras convicciones: desde figuritas de origami hasta un rollito para guardarlo en alguna oquedad de nuestra anatomía. Lo que sea, cualquier cosa, antes que otorgarle un voto al infame Revolucionario Institucional.
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El voto… ¿Qué carajo hacer con él?