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febrero 11, 2017

La intolerancia en tiempos modernos

La intolerancia en tiempos modernos

 

Tolerancia palabra ambigua

Así las cosas… Por: Felipe de Jesús Balderas.

La tolerancia es una palabra ambigua que se presta a multitud de interpretaciones. Significa una gran variedad de cosas. La tolerancia en fisiología de las drogas significa adaptación del organismo a una sustancia extraña. Algo parecido es su significado en Medicina; el no rechazo de un cuerpo extraño. En Física representa la máxima diferencia que se permite en la calidad o cantidad de las cosas y en economía, la máxima diferencia que se consiente entre el valor nominal y el efectivo en las características físicas y químicas de un material, pieza o producto. Tolerancia puede significar además aguante, resistencia, paciencia, sufrimiento, piedad, complicidad, permeabilidad, asimilación, indulgencia; respeto y complacencia; entre otras cosas.

En un mundo, actualmente multicultural, globalizado y cercano; la tolerancia es una de nuestras grandes riquezas, porque existen tantas voluntades como habitantes hay en cada parte de este mundo y eso obviamente con creencias, puntos de vista y opiniones según los marcos culturales, religiosos y morales que cada uno tiene. Finalmente como entidades únicas nos volvemos valiosos cuando somos diversos y nos enriquecemos los unos a los otros cuando respetamos al otro independientemente de cualquiera de sus formas de expresarse y presentarse ante los demás.

Muchos pensamos que el tema de la intolerancia había pasado a mejor vida, pero las recientes elecciones en los Estados Unidos trajeron nuevamente el tema a la palestra. Parecía un tema que se había quedado en la Edad Media, en el Santo Oficio, en el Absolutismo donde una persona decidía el rumbo de muchas. Y no solamente es la intolerancia de una sola persona u de un solo personaje sino de una buena parte de la población norteamericana.
Aunque se habían mantenido en la simulación de sentirse un pueblo de migrantes. Al final se volvieron más recalcitrantes que aquellos que los obligaron a salir de sus países de origen para fundar una nueva nación.

¿Qué diría el Barón de Tocqueville cuando en su texto de la “Democracia de América en 1831”, haciendo alusión a lo que vio en la floreciente nación, quedó impresionado de cómo se vivía ahí y nos contaba que era una sociedad caracterizada por una igualdad de condiciones y de que ahí se vivía una igualdad de estima?

Nada de eso existe hoy. La intolerancia llegó para quedarse; al menos cuatro años. La igualdad de estima tenía que ver con el espíritu igualitario; es decir con la exigencia de verse y tratarse como iguales y un espacio donde las personas se reconocen como iguales independientemente de su color o lengua como en este caso.

El desconocimiento de los acuerdos establecidos, el desacato y descalificación de las instituciones; el ignorar las relaciones históricas de dos pueblos que al menos socialmente han sido complementarios; el tratar sin respeto a otros iguales; el cerrar las fronteras a siete países y la deportación masiva de muchos connacionales; son la evidencia más clara de cómo la intolerancia nos puede hacer un daño irreparable en el panorama internacional de grandes proporciones.

Ni todos los musulmanes son terroristas, ni todos los mexicanos son violadores, narcos y delincuentes. Juzgar es tomar distancia respecto al otro, y pronunciarse sobre el “desde fuera” y “desde lo alto” del propio tribunal. Juzgar es emitir un veredicto concerniente a toda la persona del otro; hasta la profundidad de su interioridad; de sus intenciones, de su libertad, de su conciencia. Juzgar es decidir sobre el otro de su dignidad de persona.

Ser intolerante es imponer criterios, es avasallar contra el otro argumentando y justificando proyectos en nombre de Dios y de la justicia. Hoy las sociedades modernas requieren de otros criterios.
La legitimación de la tolerancia como un requerimiento de convivencia y los compromisos de 1948 en la Declaración Universal de los Derechos Humanos le han venido a dar a la sociedad contemporánea una legitimación a todos los hombres, de sus derechos y de su dignidad.

Es difícil pensar que siendo neoyorquino Donald Trump no conozca la inscripción que engalana la Estatua de la Libertad que dice: “Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres, a vuestras hacinadas multitudes anhelantes de respirar en libertad. Envía a estos, a los desamparados, a los sacudidos por las tempestades a mí. ¡Yo alzo mi faro detrás de la puerta dorada!". ¿Qué es lo que no entiende? Es impresionante la cerrazón; pero sobre todo la necedad. Ni buscarle más, es intolerancia del más grueso calibre.

Tolerar es encontrarse y comunicarse en la diversidad de modos de ver, de vivir, de pensar y de creer. Es encontrar un modo de caminar juntos en la confrontación de las respectivas posiciones. No es por lo tanto una actividad pasiva que deja convivir individuos y grupos que la ven y piensan de manera diversa, sino una virtud activa que une en el dialogo, en la superación del error y en lo universal  de la verdad.

La intolerancia nos ha hecho mucho daño en este país. Lo han sido quienes nos han gobernado en el pasado reciente; lo han sido las instituciones, los organismos. Se acuerdan de aquello de “ni los veo, ni los oigo” o de los “daños colaterales” o del “comes y te vas” o de la salida del ejército a las calles o bien de enviar la fuerza pública a las manifestaciones en tiempos recientes o el jueves de corpus o el 2 de octubre; o Ayotzinapa. La intransigencia, la inflexibilidad; el fanatismo y la obstinación; son signos claros de la intolerancia.

Ante actitudes de este tipo se antoja la unidad, se antoja rescatar lo que nos une y hacer a un lado lo que nos divide. Se trata; dijo el Papa Francisco; de tender puentes; no de levantar muros. Ojalá que no caigamos en el grave error de la intolerancia porque estaremos haciendo lo mismo que ahora criticamos.