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mayo 16, 2015

San Isidro Labrador

Mirador: Armando Fuentes Aguirre.


San Isidro Labrador


Antes había santos para todo: para encontrar las llaves; para conseguir marido; para hallar trabajo; para alivio de un dolor de muelas; para evitar las mordeduras de serpiente; para que los ladrones no entraran en la casa; para que no te fuera a caer un rayo; para que la maledicencia no se cebara en ti…


La gente conocía bien la especialidad de cada santo, y en las iglesias y las casas había profusión de sus imágenes. Luego vino el Concilio Vaticano Segundo, y la Iglesia Católica se protestantizó.


Las cosas cambiaron radicalmente: en la época anterior al Concilio los fieles no entendían la misa en latín; ahora no la entienden en la lengua vernácula. Se instauró una vehemente iconoclasia, y aquellas hermosas figuras de santos extáticos y santas doloridas desaparecieron de los templos, cuyas paredes quedaron horras y desnudas como los muros de un almacén de granos.


No digo que eso esté bien o mal: lejos de mí la temeraria idea de poner en tela de juicio una decisión de la Santa Madre Iglesia. Pero extraño aquella imaginería de santas y santos, mártires, confesores, vírgenes y demás que lucían sus atributos -algunos bastante sanguinosos- y nos mostraban el camino al Cielo.


Es con esa nostalgia que evoco hoy a San Isidro Labrador. Yo lo quiero mucho: es el santo patrono de Arteaga. No podía ser de otra manera, pues San Isidro de las Palomas es tierra de labradores.


Yo tengo en mi lugar de Arteaga un pequeño mural pintado en azulejos donde aparece San Isidro rezando con piedad sus oraciones.


Atrás se mira un ángel que ha bajado de lo alto para hacer el trabajo del piadoso jornalero a fin de que él pueda rezar.


El ángel está arando con la yunta de bueyes a los que San Isidro da de cenar todas las tardes al volver del campo, antes de ir a cenar él.


En casa del campesino los animales comen primero, y el campesino come después.


Ayer fui a la linda parroquia de Palomas a saludar al entrañable santo. Le pediré devotamente que ya no se ande distrayendo, porque hay mucha gente en la Sierra que vive de la cosecha de manzana, y cuando no hay cosecha apenas vive.


Algunos afortunados pueden poner mallas encima de sus árboles a fin de protegerlos de la letal pedrisca, y tienen también calentadores que salvan a las flores de la helada.


Pero muchos campesinos apenas tienen techo para cubrirse ellos, y el frío y el granizo les acarrean hambre y necesidad. Le pediré con devoción al santo que se acuerde de los suyos y extienda sobre ellos su manto protector.


Nada le cuesta, a él, que con un golpe de su aguijada podía hacer que saliera el agua de las rocas.


Haga con otro golpe que se alejen los granizos y los hielos, y brille el sol, y venga el agua, de modo que otra vez florezca la esperanza de los que casi nada tienen aparte de esperanza.



San Isidro Labrador