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mayo 14, 2015

Para qué molestarse…

Nación Petatiux. Por: Enrique Abasolo.


Para qué molestarse…


Fustigado por las alergias, me apersoné con el doctor.


Mi reacción al polen, la rinitis y la fiebre del heno fue lo de menos. Lo que no le gustó al doctor fueron mis nuevos kilos de reciente adquisición. Eso le preocupó más.


Quedé como el sujeto del chiste que entra al consultorio del galeno con un hacha incrustada en el cráneo, sin embargo y pese a la sorpresa del doctor, el individuo lo que quiere es que le curen el refriado.


De nada valió explicarle a mi doc que estoy lleno de felicidad; que sigo siendo el mismo bello ejemplar de ser humano, nomás que en versión “bold”; que mucho me decepcionaba su interés por lo físico, sin tomar en cuenta lo más importante, los sentimientos.


“¡Nada! ¡O bajas o bajas!”.


Así que por prescripción tuve que solicitar mi reingreso al Club de la Lechuga A.C. (que bastante tenía sin saber de mí), para tratar de enmendar un año de excesos de los que sería hipócrita arrepentirme.


El régimen no es nada del otro mundo, lo dicta el sentido común (el que no sepa a estas alturas de la era informática lo que debe y no debe meterse en el organismo, que done mejor su cuerpo a la ciencia o a una fábrica de galletas de animalito).


Y vamos, no es que me cueste tanto esfuerzo deshacerme del excedente de mí, sino que soy muy sentimental y pues como que ya le había cogido algo de cariño. Ni modo.


Ahora bien, según yo, estando a dieta soy el mismo tolerante, dulce y comprensivo Enrique de siempre, es el mundo, sin embargo, el que se propone hincharme las gónadas desde temprano.


Cuando no es Teléfonos o el servicio de internet, es la compañía de gas y si no, es el proveedor de televisión de paga (todas empresas multinacionales malparidas por alguna bruja corporativa que copuló con Satanás).


También tengo querella contra Aguas de Saltillo (que es un engendro mutante mitad transnacional, mitad hijo de Óscar Pimentel), el sistema de transporte urbano local (los hediondos taxis de Saltillo) y hasta las opciones que actualmente nos ofrece la cartelera cinematográfica las encuentro insultantes (aunque eso sí debe ser por la dieta).


Intento ser puntual con mis pagos, razonable en todo momento y cortés, pero creo que, salvo muy raras excepciones, en todos lados nos procuran a los clientes y ciudadanos un trato y servicio de porquería.


No estoy sacando toda esta frustración de mi pecho para desahogarme con el lector (bueno, sí, tantito), pero intento llegar a una reflexión sobre los rasgos más comunes en el carácter de los mexicanos.


¿Será cierto que somos agachones? Con el perdón, dicha expresión siempre me ha parecido una mamonería propia de gente altanera.


Y es que entendámonos, hacerse respetar no es andar por la vida imponiendo su voluntad al prójimo a base de gritos y sombrerazos (que los sombreros ya nomás los usan los vaqueros urbanos metrosexuales y los hipsters). Se trata de un conocimiento profundo de nuestros derechos y una determinación por defenderlos sin cuartel.


Nuestros derechos como consumidores tienen un antecedente muy semejante al de nuestros derechos civiles: Siempre son pisoteados por algún organismo (público o privado), sin cara y además sordo a cualquier reclamación que (en un remoto caso) nos animásemos a interponer.


Y es que estoy convencido de que si ejercitamos nuestra asertividad primero como consumidores, después será más difícil que permitamos atropellos de parte del gobierno o la autoridad.


Para ello recomiendo tener presentes algunos preceptos básicos:


1.- CONOCER EL CAMINO. No se desgaste discutiendo con el empleado en ventanilla o el dependiente (el margen de maniobra de ellos suele ser bastante limitado). Si lo amerita, póngase en contacto con una instancia superior para exponer su caso. Si le tratan mal, suba tanto como pueda, hasta al mismísimo chairman si es necesario. Dése tiempo, aprenda a redactar correspondencia efectiva.


2.- EL QUE SE ENOJA PIERDE. Esto me conviene recordarlo a mí también. No se trata de dejar el pellejo o derramar la bilis. Además, una cabeza serena esgrime mejores razones y de manera más contundente.


3.- LA RECOMPENSA. No tema invertirle su tiempo. La recompensa no es necesariamente la devolución de unos pesos (que siempre son importantes). A veces lo que se busca alzando la voz es algo más sublime, intangible y que quizás ni siquiera nos toque verlo pero aun así hay que pretenderlo: un México nuestro, y no de una élite de abusivos marranos políticos o empresarios.


(*) PD. ¿Y por qué el tipo aquel tenía mayor premura de que le curaran el resfriado que el hachazo en la cabeza?


-¡Hombre, doctor! Es que cada vez que estornudo, me golpeo en las bolas.


petatiux@hotmail.com



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