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mayo 07, 2015

Por la calle de Corona

Presente lo tengo Yo. Por: Armando Fuentes Aguirre “Catón”.


Por la calle de Corona


Pocos hombres habrá habido en México con tantas prendas -lo mismo físicas que espirituales- como Ramón Corona. Nació el año de 1837 en Jalisco, a las orillas del lago de Chapala. A pesar de que su padre quiso dedicarlo a tareas del comercio él sintió la vocación de las armas, y a esa dura profesión se entregó con decidido afán.


Destacó pronto tanto por su valentía como por su caballerosidad. Era amigo de sus amigos. Y más aún de sus amigas, pues era muy guapo y tenía gentil porte.


Además leía mucho, y por eso podía hablarles a las mujeres con labia y seducción. Dice de él Salado Álvarez con su sabroso estilo: “…Varias pruebas dejó de su acometividad, y puede decirse que sólo el santo matrimonio le hizo sentar la cabeza de hombre favorito de las damas…”.


Ya dije que era hombre muy galano don Ramón. Fue embajador de México en España. Ahí llegó a decirse que había tenido amores con una altísima dama de la realeza (la más alta) y que de esos amores nació un hijo que luego subió al trono. Chismes de malévolos cortesanos, seguramente, pero a eso y más daban origen la apostura y gentileza de Corona.


El México de su tiempo, particularmente Jalisco y Guadalajara, le debieron mucho a don Ramón Corona. Fue él quien con una tropa de solo 2 mil hombres, pero excelentemente dirigidos por su general, venció aplastantemente a Manuel Lozada, el feroz “Tigre de Álica”, quien llevaba consigo una turbamulta formada por 15 mil hombres.


De haber vencido aquel tigre a Corona seguramente Guadalajara habría sido arrasada por la furia del guerrillero. Por eso los jaliscienses veneraban a Corona como a su salvador.


Fue don Ramón un excelente gobernante. Creía en la democracia; estaba convencido de la necesidad de mantener sin reservas la división de poderes. A los pocos días de haber llegado don Ramón a su cargo se presentó en su despacho el presidente del Tribunal de Justicia.


-Señor gobernador -le dijo-. Vengo porque debo decidir sobre algunos procesos muy importantes. En ellos están envueltas personas de mucha consideración.


-Y ¿en qué le puedo yo servir, licenciado? -preguntó Corona.


-Señor -farfulló el otro-, quiero que me dé usted las respectivas consignas para resolver cada caso.


-No necesita usted que yo le dé consignas -respondió con severidad el General Corona-. Todas las aplicables al caso las encontrará en la ley. Ahí búsquelas, y no me dé a mí el trabajo de decírselas.


Si así hubiesen sido todos nuestros presidentes otro gallo nos estaría cantando. Ahora, en cambio, nos está cantando el tecolote, ominoso pajarraco.



Por la calle de Corona