Día con día. Héctor Aguilar Camín.
Enemigos de la ciudad
Si hubiera un ranking de enemigos de la Ciudad de México, los líderes de la CNTE competirían por el primer lugar.
Cada año ocupan por días o semanas las calles de la capital, obstruyen el tránsito, pintarrajean edificios, toman plazas y vías públicas para plantones cuya norma de vida cotidiana es el atropello, la demagogia y la acumulación de basura.
Los activistas de la CNTE cuentan con poderosos aliados en su tarea de agraviar cada año a la capital.
Los ayudan las autoridades locales mostrándoles una tolerancia que vuelve a los habitantes de la ciudad ciudadanos de segunda. Son ellos, nosotros, quienes reciben avisos de las vías alternas que pueden utilizar para evitar marchas, no los marchantes.
Un segundo aliado de los activistas es el gobierno federal, que siempre negocia con ellos y les da algo a cambio de sus desmanes. Los espera con una mesa de negociación abierta, en vez de con una sostenida negativa a que obtengan algo mediante la arbitrariedad y la violencia.
Ni el gobierno capitalino ni el federal quieren usar la fuerza pública porque temen la respuesta violenta de los agraviados. Y su propia violencia durante la contención. Al no actuar, actúan de hecho a favor de los provocadores y contra sus ciudadanos.
El tercer aliado de los activistas somos los medios, que al hablar de ellos multiplicamos el efecto de marchas y plantones. El silencio de los medios disminuiría el impacto de sus trapacerías, pero los medios les ayudamos a hacer el ruido que necesitan.
El cuarto aliado de los activistas somos los habitantes de la ciudad, pues tenemos en esto una doble cara: nos irritan los abusos, pero si contenerlos implica la fuerza pública, al primer descalabrado o aprehendido, nuestra queja se vuelve contra las autoridades.
Los activistas de la CNTE y otros que siguen su ejemplo de abusar de nuestras calles para hacerse oír, como Antorcha Campesina, son enemigos voluntarios, intencionales, de la ciudad. Vienen a abusar de ella para hacerse oír.
La ciudad debería tratarlos con reciprocidad. Declararlos al menos visitantes indeseables y aplicarles en los medios la ley del hielo, el ciudadano castigo de la invisibilidad.
hector.aguilarcamin@milenio.com
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