XD

Mostrando las entradas con la etiqueta Basílica. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Basílica. Mostrar todas las entradas

julio 18, 2014

Domingo, la llegada a la Basílica

La apuesta de ecala por: Luis Núñez Salinas


Este próximo domingo, estimado lector, llegan los peregrinos a la Basílica de Guadalupe, en un momento maravilloso, de ver todo el esfuerzo de caminar cientos de kilómetros, para postrarse sólo unos instantes a los pies de nuestra Virgencita de Guadalupe.


Este es uno de los esfuerzos, que gracias a nuestra Fe se nos permite demostrar infinitamente, al Corazón de María Santísima, todo el amor que se le profesa.


Más no es el único modo de agradar a la Siempre Virgen María.


Existen algunas personas, que a pesar de haber sido bautizados en la Fe Católica, consideran a María Santísima como una Imagen de la Madre de Jesús, solamente, y les cuesta un poco poder referirse a Ella como Madre propia.


Y así como una Madre propia, da todo su corazón por sus hijos, de igual manera, María siempre da su corazón a todos nosotros, sin excepción; pero el primer paso, es aceptarla y comprender, de manera sencilla, todo lo que nos provee.


Si partimos de que a Dios Nuestro Señor le agrada que recurramos a los Santos, mucho más le ha de agradar que acudamos a la intercesión de María para que supla ella nuestra indignidad con la santidad de sus méritos.


Así, cabalmente, lo afirma San Anselmo: para que la dignidad de la intercesora supla nuestra miseria. Por tanto, acudir a la Virgen no es desconfiar de la divina misericordia; es tener miedo de nuestra indignidad.


Santo Tomás, cuando habla de la dignidad de María, no repara en llamarla casi infinita.


Como es madre de Dios -continúa Santo Tomás- tiene cierta especie de dignidad infinita. Y por tanto, puede decirse sin exageración que las oraciones de María son casi más poderosas que las de todo el cielo.


María es alegría, es Amor, solamente imaginémosla como Madre de Jesús, y de igual manera imaginemos a Jesús siendo como un niño sano –seguramente dos que tres sustos le ha de haber hecho pasar a María-, y ella con su paciencia amorosa, seguramente le dio buenas lecciones.


La afirmación de un servidor, de que María es Nuestra Madre propia, igual a nuestras madrecitas aquí en la tierra, no es una apreciación personal, San Agustín escribió:


“María es propiamente nuestra Madre; lo es, porque su caridad cooperó para que naciésemos a la vida de la gracia y fuéramos hechos miembros de nuestra cabeza, que es Jesucristo”.


Pues ella ha cooperado con su bondad al nacimiento espiritual de todos los redimidos, por eso ha querido el Señor, que con su intercesión coopere a que tengan la vida de la gracia en este mundo, y en el otro mundo la vida de la gloria.


Que por esto, la Santa Iglesia se complace en llamar y saludarla con estas suavísimas palabras: “Vida, dulzura y esperanza nuestra”.


María es abogada tan clemente como poderosa, y que no sabe negar su protección a quien recurre a Ella.


Fue destinada por Dios para ser Reina y Madre de Misericordia, y como tal tiene que atender a los necesitados. “Reina sois de misericordia”, le dice S. Bernardo; “¿y quiénes son los súbditos de la misericordia sino los miserables?”. Y luego el Santo, por humildad, añadía:


“Puesto que sois, ¡oh Madre de Dios!, la Reina de la misericordia, mucho debéis atenderme a mí, que soy el más miserable de los pecadores” (San Alfonso de Ligorio).


La vida de María fue oculta. Por ello, el Espíritu Santo y la Iglesia la llaman Alma Máter: Madre oculta y escondida.


Su humildad fue tan grande que no hubo para Ella anhelo más firme y constante que el de ocultarse a sí misma y a todas las criaturas, para ser conocida solamente de Dios.


Hago una pausa, amable lector, para que ahora podamos comprender que las mujeres de vida religiosa optan por participar en Vida de Claustro, imitando esta parte de la Vida de María.


Por ello, a las mujeres de vida consagrada, que viven imitando esta etapa de María, se les conoce como Monjas, porque viven en Monasterios, lejos de la vida común de nosotros; y las mujeres de vida consagrada que no viven bajo esta imitación, no son monjas, sino Hermanas.


Cuando una mujer de vida consagrada tiene un voto de confianza y queda como responsable del convento o la casa de religiosas, le llamamos Madre Superiora o Hermana Superiora.


Continúo.


María pidió pobreza y humildad. Y Dios, escuchándola, tuvo a bien ocultarla en su concepción, nacimiento, vida, misterios, resurrección y asunción, a casi todos los hombres.


Sus propios padres no la conocían. Y los ángeles se preguntaban con frecuencia uno a otro: ¿Quién es ésta? (Cánt. 8:5). Porque el Altísimo se las ocultaba. O, si algo les manifestaba de Ella, era infinitamente más lo que les encubría, nos menciona San Luis María Grignion de Montfort, en su Tratado de Devoción a María Santísima.


María es la excelente obra maestra del Altísimo, quien se ha reservado a sí mismo el conocimiento y posesión de Ella.


María es el santuario y tabernáculo de la Santísima Trinidad, donde Dios mora más magnífica y maravillosamente que en ningún otro lugar del universo, sin exceptuar los querubines y serafines: a ninguna criatura, por pura que sea, se le permite entrar allí sin privilegio especial.


Dios Padre comunicó a María su fecundidad, en cuanto una pura criatura era capaz de recibirla, para que pudiera engendrar a su Hijo y a todos los miembros de su Cuerpo Místico, nos continúa diciendo San Luis de Monfort.


Dios Hijo descendió al seno virginal de María como nuevo Adán a su paraíso terrestre, para complacerse y realizar allí secretamente maravillas de gracia.


Dios Padre creó un depósito de todas las aguas y lo llamó mar. Creó un depósito de todas las gracias y lo llamó María.


Jesús vino al mundo por la vía de María, y es por ella misma, como rezan los Maristas, todo a Jesús por María, quien es conducto hacia el mismo Cristo.


La plenitud de nuestra perfección consiste en ser conformes, vivir unidos y consagrados a Jesucristo.


Por consiguiente, la más perfecta de todas las devociones es, sin duda alguna, la que nos conforma, une y consagra más perfectamente a Jesucristo. Ahora bien, María es la criatura más conforme a Jesucristo.


Por consecuencia, la devoción que mejor nos consagra -y conforma al Señor- es la devoción a su Santísima Madre.


¡Y cuanto más te consagras a María, tanto más te unirás a Jesucristo!


María purifica nuestras buenas obras, las embellece y hace aceptables a su Hijo divino.


Aceptemos pues, amigo lector, a María como Nuestra Madre, porque Ella está en la Misión que tiene Dios con cada uno de nosotros, por lo tanto, la debemos ACEPTAR como Madre Propia, igual que nuestras queridas Cabecitas blancas, nuestras Mamitas que nos dieron la vida.


Así como Usted, amigo lector, que su Mamita ya no está con nosotros en este mundo, acepte en su corazón la Gracia que emana del Corazón Humilde de Nuestra Santa Virgen de Guadalupe, quien es y ha sido por siempre, una Verdadera Madre de todos nosotros.


¡Ándele! Anímese a decirle a nuestra Virgencita:


¡Madre, heme aquí! Tu hijo, que tanto te necesita, ese quien a veces te falla y que, como cuando era niño, aún no sabe muchas cosas de la vida, que siempre se equivoca, y que cuando está triste, le da pena acercarse a ti, porque no sabe de tu infinito Amor, porque se distrae de todo lo terrenal y deja de admirar tu cara de Niña, hermosa como la esperanza que de ahí emana.


¡Ven María y toma a mi familia, a mi pareja a mis hijos y hermanos, a mis hermanas, a mis padres, a toda mi familia! Quédate aquí con nosotros.


¡Te acepto como mi Madre y te Amo igual!


Y dese un largo tiempo para llorar, que buena falta le hace amigo lector, para sacar de una buena vez todas esas penas que tanto le afligen.


¿Ahora comprendemos a los peregrinos que marchan hacia el Tepeyac?, van a visitar a su Santa Madre de Guadalupe, porque ellos ya la tomaron como Verdadera Madre, igual que Jesucristo.


Y Ella les contestará, al verlos cansados y afligidos:


“Escucha, ponlo en tu corazón, Hijo mío, el menor, que nos es nada lo que te espantó, lo que te afligió, que no se turbe tu rostro, tu corazón, no temas esta enfermedad, ni ninguna otra enfermedad, ni cosa punzante aflictiva.


“¿NO ESTOY AQUÍ, YO, QUE SOY TU MADRE? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿NO SOY, YO LA FUENTE DE TU ALEGRÍA? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?” (Nican Mopohua 118-119).


Luego entonces, amigo lector, no nos quejemos del México que estamos viviendo, porque en ello nos quede claro: ¡Tenemos el País que queremos! Esa es mi apuesta, ¡y la de Usted?…


correo: luisnusa@outlook.com


Twitter: @LuisNSDG