Presente lo tengo Yo. Por: Armando Fuentes Aguirre “”Catón.
¿Sexo o Dinero?
Este amigo mío tiene un motel de paso.
Lo tiene en una ciudad del norte del país. No diré en cuál. No es necesario. Todas las ciudades del norte del país, igual que las del sur, las del este y el oeste, tienen moteles de paso. Afortunadamente.
Mi amigo no se avergüenza de su actividad, antes bien la considera altruista. Invoca la memoria del buen padre Ripalda, quien dijo que dar posada al peregrino es obra de misericordia.
También cita a Cervantes, en cuya opinión toda república bien concertada debía tener un número razonable de alcahuetas.
En los tiempos modernos, razona mi amigo, las alcahuetas ya no son necesarias, pero los moteles de paso sí. Argumenta: “Si no hubiera moteles como el mío las parejas tendrían que hacer sus cosas en las afueras de la ciudad, a campo raso o en sus automóviles. Eso expondría a los amorosos a ser víctimas de asaltantes, o, peor aún, de policías”.
Coincido con mi amigo. Ya he contado el caso de una parejita de novios que estaban en el asiento de atrás del coche del muchacho cuando llegó un gendarme y echó sobre ellos el haz de luz de su linterna eléctrica. Les dijo que los iba a llevar detenidos por faltas a la moral.
-¡Señor policía! -suplicó el muchacho-. ¡No nos detenga, por favor! ¡Saldremos en los periódicos! ¡Mis padres y los de mi novia se van a enterar!
-Está bien -accedió el representante de la autoridad dirigiendo una lúbrica mirada a la muchacha-. Pero si no quieren que los detenga, entonces sigo yo.
El galancete se llenó de turbación, y dio muestras de angustia.
-¿Por qué se pone tan nervioso, joven? -le preguntó, burlón, el policía. Y contestó el mozalbete, atribulado:
-Es que nunca me he follado a un policía.
Lo dicho: para evitar problemas debe haber moteles de paso. Contribuyen mucho a salvaguardar la moral pública.
En cierta ocasión mi amigo, el dueño del motel de paso, me preguntó a qué horas creía yo que su establecimiento tenía mayor ocupación.
-Pregunta fácil -respondí con tono de sabihondo-. De las 7 de la tarde en adelante, cuando las empleaditas salen del trabajo y van con sus novios -o con sus jefes- a pasar un rato ahí.
-Respuesta equivocada -me corrigió él-. Las horas de mayor ocupación son de las 9 de la mañana en adelante, hasta las 12 del mediodía. A esas horas muchas señoras casadas, que dicen haber ido al súper, o a desayunar con sus amigas, tienen sus aventurillas.
Yo me llené de admiración al oír eso, cosa que a nadie ha de extrañar, pues a mí todo me llena de admiración. La semana pasada, sin embargo, me admiré aún más cuando mi amigo me contó que desde hace algún tiempo su motel está vacío en las mañanas.
-Las señoras ya no vienen -suspiró lleno de tristeza-. Ahora se van a jugar a las maquinitas.
¿Será ese dato suficiente para afirmar que las damas -o al menos muchas de ellas- son más proclives a la pasión del juego que a la pasión carnal? ¿Puede más en algunas mujeres la ambición de dinero que la voluptuosidad? No lo sé.
Ni soy sociólogo ni entiendo de sicologías. Soy un simple aprendiz de escribidor. Pero consigno aquí lo que mi amigo dijo. Y consigno también, para los efectos a que haya lugar, su tristeza y su suspiro.
¿Sexo o Dinero?