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mayo 29, 2015

¿Enfrentamiento o venganza?

De política y cosas peores. Por: Catón.


¿Enfrentamiento o venganza?


Dos esposas estaban platicando. Comentó una: “Mi marido me es absolutamente fiel”. Dijo la otra: “A mí también. Del que sospecho es del mío”… En la sala de alienados uno de los internos hacía los movimientos de quien va manejando un automóvil, e imitaba el ruido del motor en marcha. Una enfermera le preguntó, sonriendo: “¿A dónde vas en tu coche, Oratino?”. Respondió muy serio el hombre: “A Madrid”. Poco después la enfermera vio a otro paciente.


Éste hacía los movimientos propios del acto del amor. Con igual sonrisa le preguntó: “¿Qué haces, Pitorrango?”. Contestó, feliz, el individuo: “Estoy con la esposa de Oratino mientras él va manejando hacia Madrid”…


¿Por qué los maridos se vuelven tan inteligentes en el momento del sexo? Porque están conectados a una mujer… Me pregunto si estamos regresando a los tiempos del “Mátalos en caliente”, frase y procedimiento emblemáticos del porfiriato.


La muerte de los 42 presuntos delincuentes en Tanhuato ¿fue resultado de un enfrentamiento o fruto de una venganza? Ciertamente la sociedad está harta ya de las bandas criminales que han hecho de Michoacán y de otros estados del país campo de guerra, y aplaude que los maleantes sean abatidos.


No obstante eso las fuerzas llamadas del orden no deben equipararse en sus acciones a los grupos a los que persigue. El imperio de la ley abarca también a quienes se apartan de ella.


En lo relativo a esta masacre –otras ha habido, y otras habrá seguramente- las evidencias hacen dudar de las versiones oficiales. Es difícil que en este caso, como en los de Tlatlaya o Ayotzinapa, se sepa lo que en verdad aconteció.


No cabe duda, sin embargo, de que a la violencia del crimen no se debe responder con la violencia indebida de la autoridad. A los criminales no se les debe reprimir con crímenes.


Aun aceptada socialmente, cosa que se puede explicar a la luz del temor y rabia que suscita la violencia ejercida por los delincuentes, la ilegalidad en la persecución de los delitos no puede justificarse en modo alguno.


Los encargados de aplicar la ley deben apegarse a ella para no convertirse también en delincuentes… Sonó el teléfono en la casa de Himenia Camafría, madura señorita soltera, y ella contestó.


Le dijo una voz de hombre: “Sentí de pronto el deseo incontenible de hacerte el amor. Voy hacia ti. Te tomaré en mis brazos; te besaré con fuego de pasión y acariciaré todo tu cuerpo con mis manos y mi boca.


Luego te haré el amor en arrebato de locura. Ábreme la cochera, para llegar directamente a ti”. Dijo, desconcertada, la señorita Himenia: “¿Cochera? No tengo cochera”. Se hizo un silencio.


En seguida el hombre que llamaba preguntó: “¿A dónde estoy llamando?”. Respondió Himenia: “Al 976-157-4122”. ¡Caray, perdone usted! –se disculpó, confuso, el individuo-.


Creí estar hablando con mi esposa, pero me equivoqué de número”. Se hizo otro silencio, y luego la señorita Himenia preguntó tímidamente: “¿Significa eso que ya no va a venir?”… Un sujeto contrajo una terrible enfermedad venérea.


Todos los médicos a los que consultó le dijeron que habría que cortar la correspondiente parte. Lleno de angustia el desdichado tipo oyó decir que el doctor Ken Hosanna era una eminencia y fue a verlo.


El célebre facultativo, después de revisarlo, le informó: “No hay necesidad de amputar”. “¿De veras, doctor?” –exclamó con esperanza el malaventurado. “De veras –confirmó el especialista-.


En dos o tres días se caerá solita”… El señor y la señora usaban un código para decirse, aun delante de su pequeño hijo, que esa noche tendrían sexo. Él le decía a ella: “Mi amor: hoy es día de lavar la ropa”.


En cierta ocasión el marido le dijo a su esposa la consabida frase. Ella estaba cansada, y no tenía ganas de coición carnal. Así, respondió con sequedad: “Esta noche no.


La lavadora está descompuesta”. El hombre, frustrado y con enojo, se retiró a la alcoba. Al poco rato la señora experimentó una vaga sensación de culpa por haber rechazado en forma tan cortante la amorosa solicitud de su marido.


Llamó al niño y le pidió: “Dile a tu padre que la lavadora ya volvió a funcionar; que sí podremos lavar”. Fue el pequeño a cumplir el encargo, y regresó en seguida: “Dice mi papá que no te molestes, que ya lavó a mano”… FIN.


Catón



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