Acapulco y Cartagena, hermanas del mismo dolor
Médula. Por Jesús Lépez Ochoa
[caption id="attachment_94488" align="alignleft" width="246"] Jesús Lépez Ochoa[/caption]
Cuando Evodio Velázquez Aguirre publicó en sus redes sociales que en Colombia intercambiaría “casos de éxito” en materia de seguridad, nos dio pena ajena porque los acapulqueños sabíamos de antemano que llegaría a la fiesta con las manos vacías.
Cuando supimos que la visita a Cartagena fue el martes, un día después del ataque con granadas a un cuartel policiaco, y que hubo un par de explosiones en diferentes astilleros de esa ciudad el miércoles, entendimos por qué aún sin convenio y placentero viaje de por medio, Acapulco y Cartagena son hermanas, pues la sangre y la violencia corren por sus calles.
Basta leer en Internet los medios de comunicación de esa ciudad para percatarse que también tiene problemas de homicidios, extorsión y narcomenudeo.
Entonces no dejamos de sentirnos tan mal porque el alcalde no llevaba ningún caso exitoso más que en su imaginación, sino que nos sentimos peor porque resultó obvio que no había nada para intercambiar por ninguna de las partes, al menos, en materia de seguridad como lo aseguró en su Facebook.
Ni las fotografías que Velázquez Aguirre difundió y que su par de Cartagena ni siquiera subió a la sala de prensa de la página oficial de la Alcaldía Mayor.
Al día siguiente de ser visitado por el acapulqueño, el alcalde Manolo Duque fue suspendido tres meses de sus funciones por la Procuraduría de Colombia por el colapso de un edificio y la existencia de 55 construcciones sin permiso en su demarcación.
Al menos allá sí se actúa contra los alcaldes irresponsables. Eso sí valdría la pena retomarlo en México donde jamás se concluyó la supuesta investigación contra ex alcaldes que permitieron construir en humedales a desarrolladores que pusieron en riesgo la vida y patrimonio de muchas familias acapulqueñas.
Esto es, si acaso, lo único rescatable, no de la visita de Evodio Velázquez, sino de lo que sucedió en la cotidianidad cartaginense los días previo y posterior al acto de hermanamiento que pasó desapercibido para los diarios de la ciudad colombiana.
Esto contrario a la atención que tuvo en algunos medios acapulqueños la gran tomada de pelo que pretendió dar el presidente municipal perredista a sus gobernados, disfrazando un viaje familiar con su esposa y algunos allegados, como uno de “intercambio de casos de éxito en materia de seguridad”, lo cual en la situación de Acapulco y de Cartagena, resulta una burla.
Sobretodo porque el acto protocolario y el periplo resultaban innecesarios, cuando está claro que Acapulco y Cartagena ya eran hermanas del mismo dolor, el terrible dolor del crimen, la violencia y las autoridades omisas. ¿Había que volar en avión y firmar un papel para ratificarlo?
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