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agosto 07, 2015

Nunca más

Horizonte ciudadano. Por: Rosa Esther Beltrán.


Nunca más


Saltillo celebró ayer una de las festividades locales religiosas más importantes, la del Santo Cristo de la Capilla y simultáneamente el mundo volvió a estremecerse, particularmente Japón, con el recuerdo de la primera bomba atómica lanzada por los Estados Unidos sobre Hiroshima y 3 días después sobre Nagasaki.


El 6 de agosto de 1945 el bombardero estadounidense Enola Gay lanzó sobre la ciudad nipona el explosivo nuclear “Little Boy”, cuyo poder equivalía a unas 13 mil toneladas de TNT y 3 días después, en Nagasaki, se lanzó la “Fat Man”, bomba de plutonio que provocó más de 35 mil muertes y 60 mil víctimas con problemas de salud a largo plazo.


A las 8:15 de la mañana del 6 de agosto de 1945 en Hiroshima los relojes de la ciudad se detuvieron, casi todos para siempre.


Actualmente, a esa misma hora, a diario, resuena el reloj del Parque Conmemorativo de la Paz de Hiroshima que después de esa fecha resurgió de las cenizas.


En este 70 aniversario de la tragedia atómica en la que murieron inmediatamente cientos de miles y después muchos más por los efectos de la radiación, sobrevivientes envejecidos, llamados “hibakusha” han designado aprendices para contarles sus historias y que a su vez ellos las repitan a otros.


Los llaman “sucesores del legado de la bomba atómica”, y su trabajo es mantener vivas las remembranzas de ese día en el que Hiroshima quedó devastada.


Y es que los terribles hechos de ese 6 de agosto cada vez son menos recordados, en las escuelas ya casi no son discutidos y los sobrevivientes o “hibakusha” se van extinguiendo, por lo que se teme que la memoria se pierda (Reforma, 6-08-15).


Emiko Okada, sobreviviente de 78 años, dijo con tristeza: “No queremos que a las generaciones jóvenes les pase lo que a nosotros”, así cuentan los sobrevivientes la hecatombe, el genocidio, de manera conmovedora e impactante.


Según la Constitución japonesa las fuerzas militares son reducidas, pero el actual primer ministro pretende modificarla a fin de que haya fuerzas de “auto defensa” a lo cual se oponen multitudes en Japón, porque son y quieren seguir siendo un país pacífico, por eso, a pesar de todo ayer miles de personas guardaron un minuto de silencio.


No obstante, hoy Hiroshima y Nagasaki, en su lucha en contra del miedo y del silencio son ciudades modernas y abiertas al mundo y muestran que a pesar de las heridas más desgarradoras puede resurgir la belleza.


La lucha política por la no proliferación de armas nucleares, impulsada por la ONU que se inició hace casi 50 años, avanza lentamente, pero la conciencia sobre la necesidad de fomentar la paz se extiende.


El Estado mexicano ha estado presente en este debate mediante el Tratado de Tlatelolco, aunque internamente la guerra contra la delincuencia organizada contradice las posturas internacionales de nuestro gobierno.


Ante los hechos de Hiroshima y Nagasaki, ¿no se te enchina la piel, no te produce horror y tristeza lo que son capaces de hacer los políticos contra una población civil indefensa?


Algunos dirán, ¿y qué, aquí no pasó nada y si algo ocurrió ya está muy lejos?; ojalá los historiadores locales nos narren las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial para México y Coahuila.


En México vivimos la Revolución de 1910, y como en Japón sus efectos quieren ser borrados de la memoria colectiva, los gobiernos panistas eliminaron la conmemoración de esa fecha y a los priístas igualmente ya no les importa, lo que quieren es ganar dinero para ellos, no para el bienestar del pueblo.


Hiroshima y Nagasaki, nunca más, con convicción luchemos por la paz.



Nunca más

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