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julio 25, 2015

Nuevo elogio de Zacatecas

Contraesquina. Por: Jesús R. Cedillo.


Nuevo elogio de Zacatecas


Es julio y en Zacatecas por ningún lado se adivina el verano. La niebla, como bestia agazapada, avanza lenta para engullir a su presa, baja desde el Cerro de la Bufa. Primero, es un velo de novia.


Nubes plomizas las cuales cargan una riada de lluvia; luego, la niebla, las nubes se presentan duras, fuertes: la bruma es total, se instala en todo el Cerro, se come al funicular, la arcada visible la cual guarda a restaurantes, tiendas de artesanías y un bar y llega, llega la niebla a la ciudad y la devora.


Es julio y en Zacatecas por ningún lado se adivina la primavera, menos el verano.


Vine a Zacatecas una vez más a lamer mis heridas. Sigo aborreciendo el calor de más de 34 grados de Saltillo, el sudor escurriendo en mi cuello y las palmas de mis manos húmedas y pastosas.


Para decirlo en orden: el único calor y humedad la cual deseo, son los muslos entreabiertos de Ana Lilia Pérez L. y su monte de Venus; sí, un monte depilado, caliente, palpitante, donde bufa por siempre el deseo y donde anidan los secretos del placer más profundos.


Cierto, lo único adorable del norte es Ana Lilia Pérez L. y el sueño de su risa de primavera.


Son las diez de la mañana y el verano ardiente se ha quedado estacionado en Monterrey, en Saltillo y Torreón. Calles calientes y adolescentes pecadoras las cuales enseñan el ombligo como centro erótico.


Blusas ombligueras de tirantes, apenas tapan discretamente los senos redondos, los pezones erectos, parados, los cuales, varios y de varias señoritas, no caben en talla chica. Son las once de la mañana y la ventisca se convierte en una lluvia fina, obcecada.


¿13-16 grados? Estoy en un restaurante Vip’s, donde mi posición privilegiada y sus amplios ventanales me permiten observar el contorno del Cerro de la Bufa. Las nubes lo emboscan y éste apenas se adivina.


Frente a mi mesa – ¡Ja!, decir mi mesa, rápido se apropia uno de todo–, una pareja de novios, veinteañeros, imagino tomándose el día y abominando de sus clases, beben café y se besan entre risas.


La lujuria se huele en el frío, en el fresco ambiente. “Entrepiernados”. Así definíamos en mi juventud el momento, el episodio de los días lerdos de otoño o invierno, los cuales obligaban a estar con una musa, “entrepiernados”.


Este par de veinteañeros, presos en los nidos paternos y sin un “clavo” en la cartera, han buscado esta cafetería para intercambiar saliva y caricias rápidas en esta mañana de lluvia y vaho casi otoñal. Romeo y Julieta de un tal William Shakespeare les quedan lejos de su alfabeto.


Me hago el loco mientras leo la edición de un día anterior del diario “El País”. Leo sin leer, observo sin observar. El jovenzuelo con una mano trataba de tapar el afilado rostro de la púber universitaria.


Con la otra, le acariciaba la cara, el mentón, le pasaba el dedo índice por los labios, los forzaba a abrirse y le metía el dedo en la boca.


Ella respingaba de vez en cuando, suspiraba y gemía un vago “Ya no Daniel. Aquí no…”, sólo para tragarse todo el dedo de Daniel y chupárselo hasta dejarlo ensalivado, húmedo, listo para otros trabajos y placeres…


El café obliga a la vejiga a ser social. Alguien dijo “voy al sanitario” y en automático, el jovenzuelo hizo lo mismo. La universitaria de flequillo lacio quedó sola. ¿Condescendencia o envidia? ¿Atención o galantería trivial la cual no llega a seducción? ¡Bah! No lo sé.


Lo bien cierto es: llamé a la camarera, en susurros le dije llevara un pastel de chocolate coronado con nieve a la servilleta de la señorita y me diera la cuenta de su mesa.


La camarera puso el postre en la tabla de la lady. Ella, con cara de felicidad e interrogación, volteó a verme imagino, cuando ésta le dijo de mi atención.


Yo aproveché para calzarme mi saco, guardar mis objetos personales en el maletín y recibir las cuentas.


Giré sobre mis pasos para encontrar uno de ellos. Vi de frente a la lady y le hice una reverencia.


Ella, con la jovialidad y picardía de quien tal vez ha perdido la virginidad en este año, entreabrió la boca, tomó con su dedo índice una porción de betún de chocolate y lo untó en sus labios carnosos; luego, lo chupó despacio… “Gracias”, dijo, mientras relamía con su lengua el labio superior. No supe más de mí.


Letras minúsculas


Salí a caminar por las calles y baldosas rojas de Zacatecas. Mi pantalón parecía carpa de circo…



Nuevo elogio de Zacatecas

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