Horizonte ciudadano. Por: Rosa Esther Beltrán.
Siempreviva
En México celebramos a nuestras madres el 10 de mayo, pero no en todos los países lo hacen en la misma fecha. En Rusia y Rumanía, es el 8 de marzo, en Inglaterra e Irlanda, el cuarto domingo de Cuaresma, en Egipto, Líbano, Marruecos y Siria, el 21 de marzo, en Alemania, Austria, Bélgica y Colombia, el segundo domingo de mayo. Los malasios, los salvadoreños y los sauditas, igual que nosotros.
La celebración es antiquísima. Egipcios, romanos y griegos, ya la tenían, con diferente connotación, pero al final del día era en honor de la maternidad, de la “gran fuerza fecundadora de la naturaleza”.
En Europa, el primer antecedente data del siglo 17, con una vertiente más humana y similar a la actual. Era el cuarto domingo de Cuaresma, destinado a honrar con flores a la “Iglesia Madre”. Fue en 1600 cuando por decreto se les dio el día libre a los trabajadores para reunirse con sus familiares y celebrar el Día de la Maternidad.
En nuestro país se festejó por primera vez en 1911, pero sería hasta 1922 por iniciativa de Rafael Alducín, director del periódico Excélsior, seguramente influenciado por José Vasconcelos, entonces Secretario de Educación, que quedó institucionalizado. Al margen del carácter comercial que le han impuesto a la fecha, sin duda alguna que es cara a nuestro corazón.
Yo adoro hablar de mi madre. Rosario, no obstante que se fue físicamente hace casi cuatro años, está más viva que nunca, no solo en mi corazón, sino en la cotidianeidad de mi existencia. Y le comparto algo, recordarla no me produce dolor, sino alegría, y además era tan ocurrente e ingeniosa, que acabo riéndome hasta las lágrimas cuando hago memoria de sus andanzas.
Rosario, jamás fue mi amiga, ni pretendió serlo, siempre fue mi MADRE, así, con letras mayúsculas, y con esa grandiosa investidura me parió, me crio, me cuidó, me amó, me protegió, me educó, me dio los cintarazos que me gané a pulso con mi carácter rebelde y mi talante explosivo, me moldeó el modito, me inculcó principios, me hablaba espeso y contundente cuando me quería salir del huacal, sobre todo en los años altaneros de mi adolescencia.
Nunca me cumplió caprichos y miren que fui su única hija, y le agradezco en el alma porque eso me enseñó a no sobredimensionar ni cosas, ni hechos, y a ser feliz con lo que hay. Acicateó mi carácter para que nunca me diera por vencida y para que aprendiera a depender de mis fuerzas interiores.
Nunca fue ni dulce, ni suave, no tuvo quien la enseñara a serlo, Rosario quedó huérfana a los 7 años de edad, de modo que desarrolló una coraza muy gruesa para protegerse del rigor de la vida que le tocó vivir.
Me dio cátedra de perseverancia, de fe en Dios y en sí misma. Su reciedumbre, su fuerza de voluntad inquebrantable, su frontalidad para encarar personas y hechos, nunca dejaron de asombrarme. Jamás la escuché decir que estaba aburrida, no tenía tiempo para esos “lujos”.
Hubo ocasiones en que la vi agobiada por el cansancio, pero su autodisciplina la mantenía en pie, y sabrá Dios de dónde sacaba fuerzas de flaqueza para concluir cuanto se echaba a cuestas. Tenía por regla acabar lo que empezaba, topara en lo que topara.
Mi mamá no sabía decir te amo, pero siempre supe que yo era lo más querido a su corazón y lo más importante en su vida, con sus hechos me lo expresaba todos los días.
No le gustaba dar besos, ni que la besaran, pero yo como quiera la abrazaba y le daba muchos, y no le quedaba de otra más que aguantarse, yo creo que una de mis nietas salió a ella, pero también se rinde, baja sus bracitos y me deja que la apriete contra mi corazón.
Mañana es 10 de mayo, y compartir con usted estos recuerdos, que en el alma agradezco que lea, es una manera de abrazar a mi madre, y decirle cuanto la amo, la quiero, la respeto y la admiro. Celebre a la suya, abrásela, procúrela, disponga siempre de un espacio para estar con ella.
Muchas felicidades mamás, a todas. Dios las guarde siempre.
Celebre a la suya, abrásela, procúrela, disponga siempre de un espacio para estar con ella
Siempreviva
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