El privilegio de opinar. Por: Manuel Ajenjo.
Ser ciudadano, nuevo oficio
Si alguien lee esto atraído por el encabezado con la esperanza de que por el simple hecho de ser ciudadano y cumplir con los deberes de serlo, tendrá una alternativa ocupacional que le puede proporcionar una fuente de ingresos económicos, lamento desilusionarlo.
Mi idea sintetizada en las cuatro palabras que le dan título a la columna de hoy fue generada al pensar en las próximas elecciones y la consabida reticencia de la ciudadanía mexicana a concurrir a las urnas.
Pretextos para no participar en los comicios nos sobran: “votes por quien votes los que están en el gobierno utilizan los recursos que manejan para que ganen los suyos”; “todos los políticos del partido son iguales”, y otros por el estilo.
Si bien los ciudadanos estamos hartos de las promesas de campaña incumplidas y de las inmensas fortunas formadas a base del tráfico de influencias, comisiones y negocios al amparo del poder; considero que esto no es pretexto para no votar.
Si tengo la fortuna de tener lectores que me siguen desde que comencé a escribir en El Economista, al leer la última frase del párrafo anterior, pueden pensar que soy bipolar en mis opiniones; que comienzo a tener síntomas de una especie de Alzhéimer político que ha provocado el olvido de las ideas que defendía; o bien -finalmente soy humano- que ya cambie de convicciones porque ya me llegaron al precio y me dieron un lana.
Dinero que no causa conflicto de intereses mientras no lo deposite en un banco o en una financiera.
Pero no. Ninguna de las tesis arriba expuestas es verdad. Esta vez hago un llamado a votar porque el voto es la única herramienta democrática de la que disponemos los ciudadanos.
Herramienta que, tal vez, esté descompuesta o, en el mejor de los casos, oxidada, pero que es nuestro deber social componer o quitarle la herrumbre mediante un uso constante y adecuado.
Hace seis años en mis escritos pugné por el voto en blanco o nulo. A través de estas páginas propuse asistir a las urnas y en ellas entregar el voto en blanco, o con una cruz que incluyera a todos los partidos participantes o con una frase que mostrara el hartazgo y rechazo por los políticos.
Hubo grupos que unificaron la frase a escribir en la boleta como en Guadalajara, donde se usó el enunciado: “Para políticos nulos, mi voto nulo”. Mi amigo el iconoclasta y anarquista Andrés escribió en la boleta: “Puto el que lo lea”.
La idea del voto en blanco o nulo era mostrar a la clase política el rechazo y la decepción de una franja de la población hacia su actividad y, con ello, presionar a los partidos políticos para que tomaran en cuenta a la sociedad y no solamente se sirvieran de ella
En las elecciones del 2009 el voto nulo tuvo un promedio de 5.4% a nivel nacional -quinta fuerza electoral. Tres ejemplos: en el Distrito Federal el porcentaje de nulificados fue de 10.87%; en Aguascalientes, 7.89%, y en Chihuahua, 7.35 por ciento.
Con esos números algunos ingenuos pensamos que la clase política iba a avergonzarse -cuando menos a ruborizarse- y, en adelante, pugnar, con una actuación honrada, eficiente y patriótica, por borrar la mala imagen que sobre ella arrojaron los comicios.
¿Hubo tal? Nada. A los políticos lo que les interesa es ganar aunque sea por la mínima diferencia. Además, entre menos votantes tengan será menor el número de personas a las que no les cumplan.
Esta vez exhorto a los lectores a votar en el entendido de que elegir un candidato no es cosa fácil. A veces dan ganas de optar como cuando en un examen escolar de respuesta múltiple uno echa un volado para ver si atina a la buena.
En la elección del 7 de junio estarán en juego un total de 2,159 cargos de elección popular en el país. No tengo el dato de cuántos candidatos se disputarán esos puestos. Sí sé que tan sólo para los 500 diputados federales existen 4,518 candidatos de los cuales sólo han entregado sus declaraciones patrimoniales, fiscales y de conflictos de intereses (#3DE3) 93 candidatos.
Mi recomendación para un ciudadano es investigar cuál de los candidatos que le están pidiendo su voto es el menos malo. Votar por él y si gana, vigilarlo. Éste es el oficio de ciudadano que propongo.
Si de delegado o de un alcalde se trata, estar al pendiente de cómo van las obras en su delegación o municipio. Tratarlo con respeto pero con plena conciencia de que es nuestro servidor no nuestro patrón.
Pedirle, exigirle cuentas. ¿Señor delegado o señor alcalde me puede usted decir por qué no ha puesto la banqueta que prometió en su campaña? Ése es el nuevo oficio, el oficio de ciudadano que tenemos que ejercer todos si realmente queremos que la incipiente democracia mexicana comience a dar sus primeros pasos.
Oí por ahí
Odilón había invertido dos veces parte de sus ahorros para salir como candidato a la alcaldía por el partido que siempre ganaba. Fracasó. Odilón empeñó lo que le quedaba. La tercera es la vencida.
Ungido alcalde, un grupo de amigos lo fue a ver: Odilón -le dijo el de más confianza- queremos que emparejes el camino que va del centro a la estación del tren. Espérame tantito -expreso el alcalde- primero deja que me empareje yo.
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Ser ciudadano, nuevo oficio
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