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mayo 27, 2015

Estiércol electoral

De política y cosas peores. Por: Catón.


Estiércol electoral


La esposa del reverendo Amaz Ingrace, misionero en las islas de los Mares del Sur, entró inesperadamente en la choza donde vivía con su marido y lo sorprendió en la cama refocilándose con dos exuberantes isleñas.


Sin esperar la reclamación de su consorte el pastor explicó su conducta: “Para predicarles la palabra del Señor primero tengo que ganármelas”… En la oficina Rosibel le comentó a Susiflor: “¡Qué silueta tan bonita tiene el nuevo empleado!”. Aclaró Susiflor: “No es la silueta.


Es el llavero que trae en el bolsillo del pantalón”… Decía un señor: “Cuando yo era joven las mujeres llevaban la falda hasta el tobillo. Luego se la subieron a media pierna. Después hasta las rodillas. Ahora las minifaldas apenas les cubren el trasero. Se diría que se van desnudando en abonos”…


Los papás de Dulcilí, asomados a la escalera, vieron lo que en la sala hacía su hija con el novio. Suspiró la mamá: “¡Parece que fue ayer cuando lo único que le gustaba era su biberón!”. (No le entendí)… Tal cantidad de estiércol se arrojan entre sí los candidatos que no debe hablarse de “campañas” sino de “cacampañas”.


Sé bien que la palabra no es digna de inscribirse en bronce eterno o mármol duradero, y ni siquiera en plastilina verde, pero expresa con basta claridad el pedestre nivel a que ha llegado en México el ejercicio de eso que llaman la política, y que en verdad no es sino politiquería.


De don Francisco J. Santamaría aprendí una sabrosa frase coloquial usada en Tabasco para aludir a lo que tiene nivel bajo. Se dice: “Está a la altura del betún”.


El betún es la grasa con que se lustran los zapatos. Pues bien: las campañas que ahora vemos están a la altura del betún. En ellas la injuria y la difamación son moneda corriente. Los candidatos se dan hasta con la cubeta, como dice la locución boxística. No hay medida ni límite para el insulto o la calumnia.


Diría yo que los contendientes parecen verduleras si no temiera ofender a esas honradas mujeres que en los mercados venden el recaudo o recado para la comida. (“Recaudo hace cocina, no Catalina”). Estoy ansioso de que llegue ya el 7 de junio, para que acaben por fin estas cacampañas.


Otras vendrán después, lo admito resignado, pero al menos podremos descansar algunos días de tanta politiquería y tantos politicastros… Florimela estaba escribiendo su diario. Le preguntó a su madre: “Mami: en la frase: ‘Anoche perdí la virginidad’, la palabra ‘virginidad’ ¿se escribe con be grande o con ve chica?”…


Después de hacer el amor con una linda muchacha en un discreto motelito, don Algón, maduro ejecutivo, le regaló a su joven pareja un brazalete de brillantes: “¡Caray, señor! –le dijo ella, feliz-. ¡Usted sí que sabe saltar la brecha de las generaciones!”…


En el autobús un ebrio iba hablando en voz alta con su compañero, y usaba un vocabulario comparado con el cual el de cualquier consejero presidente de organismo electoral era discurso ciceroniano.


En el asiento de adelante iba sor Bette, cándida monjita. Se volvió, ruborizada, y le pidió al beodo: “Le ruego, hermano, que no emplee ese procaz lenguaje. Mis oídos son vírgenes”.


El temulento le picó ambos oídos con los dedos índices al tiempo que le decía sonriendo ferozmente: “¡Eran! ¡Eran!”… Un señor cumplió 100 años, y un reportero fue a su casa a entrevistarlo.


Le preguntó. “¿A qué atribuye usted haber llegado a esta edad?”. Respondió el veterano: “A que nací hace justamente un siglo”… Tres mujeres se presentaron al mismo tiempo en las puertas de la morada celestial.


San Pedro, el apóstol de las llaves, escuchó la declaración de la primera: “Fui casta y honesta. Jamás mi cuerpo conoció varón. Mi vida fue ejemplar: de mi casa a la iglesia, y de la iglesia a mi casa”.


“Ten esta llave de oro –le dijo el San Pedro-. Es la del Cielo”. Habló la segunda mujer: “Yo fui casada. Disfruté las alegrías del matrimonio, y padecí sus penas”.


Le dijo el portero de la mansión celeste: “Toma esta llave de plata. Es la del purgatorio”. Manifestó la tercera mujer, una estupenda rubia: “Yo le di vuelo a la hilacha, como dicen.


Experimenté todas las formas del placer. Fui ardiente cortesana diestra en las artes del amor”. San Pedro, bajando la voz, le dijo: “Ten esta llave de bronce. Es la de mi departamento”… FIN.



Estiércol electoral

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