Presente lo tengo Yo. Por: Armando Fuentes Aguirre “Catón”.
Cuatro recuerdos Saltilleros
Fue el licenciado Severiano García, el Chato Severiano, como con gran cariño le decían sus estudiantes del Ateneo Fuente, un saltillense excepcional. Un alumno suyo lo invitó cierto día al estreno de su automóvil último modelo.
Para mostrarle la precisión en el volante le señaló un papel que estaba en medio de la carretera, y pasó las llantas por encima de él.
Quiso probarle después la excelencia de los frenos, para lo cual se dirigió a la máxima velocidad en derechura de un árbol de grueso y amenazante tronco, aplicando los frenos sólo en el último segundo, de modo que el coche se detuvo con gran chirriar de llantas a escasos milímetros del árbol.
“¿Qué le pareció, maestro?” –preguntó el conductor. “Formidable, -dijo el travieso Chato-. Pero ahora llévame allá donde quedó el papel”. ¡Cuántas cosas podrían contarse del Chato Severiano, inolvidable y querido saltillense de genio e ingenio sin igual!
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Fue don José García Rodríguez, amable escritor de cosas de Saltillo, quien nos contó acerca del Tío Baticolas, personaje del Ojo de Agua muy famoso. Gustaba el Tío Baticolas de empinar el codo más de lo que aguantaba el resto de su cuerpo.
Regresando cierta noche de una de sus francachelas, tuvo necesidad de desahogar cierta necesidad menor, para lo cual buscó el arrimo de una pared sumida en discreta oscuridad.
Muy cerca estaba una fuente de cuyo grifo salía un chorro cantarino. El rumor de aquellas aguas se le confundió al Tío Baticolas con el ruido de las propias. Durante largo tiempo estuvo quieto, oyendo el murmullo de la fuente, hasta que al fin alzó los ojos al cielo y dijo con gran resignación:
-Dios mío, si es tu deseo que de mí salga el segundo Diluvio, que se cumpla tu santísima voluntad.
Cosas del viejo Saltillo, con el encanto de la tradición.
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Quiero ahora recordar los viejos pregones que en el viejo Saltillo se escuchaban. El de aquel viejecillo que vendía una redundante nogada de nuez, golosina que tenía sabor de gloria pese a deficiencias de gramática. El del afilador con su lastimero caramillo.
El lacónico grito del señor aquel que con una palabra sola anunciaba su mercancía: “Miel”; delicioso aguamiel fresco como agua fresca y dulce como la dulce miel.
La voz bronca del hombrazo que muy de mañanita gritaba “¡Qué buenas cabezonas!”, proponiendo así a la gula temprana de los saltillenses su humeante barbacoa. Cosas muy buenas tienen nuestros tiempos, pero cosas muy buenas tenían también los ya pasados.
Entre ellas los gritos de los pregoneros, cuyos ecos oímos todavía como una voz nostálgica de ayer.
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“Todos los males de la cabeza se curan con salicilato, los del pecho con benzoato, los del estómago con carbonato y los de más abajo con permanganato”.
Así de simple era el recetario de un viejo médico saltillense, que fiaba solamente a esos remedios, todos terminados en -ato, el bienestar de sus pacientes, y al que por eso se le llamaba “el doctor Ato”.
Salutífero ha sido siempre el clima de Saltillo, y no maligno y peligroso como el de otras latitudes. En ese clima bueno tenemos otra de las ventajas de vivir en nuestra ciudad, que tantos beneficios brinda a quienes son sus moradores.
Sintámonos afortunados de ser habitantes de esta ciudad amable que tantos dones generosos nos ofrecen, a los que debemos corresponder con gratitud.
Cuatro recuerdos Saltilleros
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