XD

julio 25, 2014

¿Dios castiga?

 La apuesta de ecala  por: Luis Núñez Salinas


Hoy en día, amable lector, hemos de comentar una de las cuestiones Teológicas que mayormente se ha extendido por el pensamiento de los Católicos y no católicos.


¿Dios castiga?


Existen algunas personas que en su afán de contradecir la Caridad de Dios, la someten a un juicio personal de que los católicos tenemos a un “Dios que nos castiga, si no hacemos lo que él nos dice”.


De repente, por la vida una persona considera que Dios la castiga porque tiene un hijo enfermo, porque se queda sin trabajo a la misma vez que un hijo se suicida, que se divorcia… en fin.


Llegando a creer que “Dios le está castigando”.


Innumerables problemas nos aquejan a todos, mas si ponemos un poco de atención, nos damos cuenta que los males que nos aquejan nada tienen que ver con Dios.


Pero vamos por partes.


En las Sagradas Escrituras vemos a una persona que parece “muy castigada por Dios”: El libro de Job.


Job era un ganadero muy rico, con 7 hijos, 3 hijas y numerosos amigos y criados. Vivía en Uz, la cual es una ciudad mencionada como parte del reino de Edom.


Satanás le hace ver a Dios que Job le ama porque le ha dado todo, pero si Satanás se lo quitara, Job dejaría de amar a Dios.


El Diablo, entonces, coloca a prueba la integridad de la fidelidad de Job, con permiso de Dios.


Dios concede esta prueba con una única restricción, que no toque la vida de Job. Satanás entonces lo acecha y se ensaña causándole múltiples desgracias, como contraer sarna, ataque de caldeos a sus criados, la muerte de su ganado, cae en total pobreza, lo repudia su mujer e incluso sus hijos mueren.


En la Encíclica de San Juan Pablo II, Salvici Dolores, el Santo Papa hace referencia a este pasaje Bíblico, enseñándonos lo siguiente:


Presenta el pasaje del libro de Job como ejemplo de que los “castigos” sufridos no tienen explicación alguna, y no revelan la verdadera naturaleza de Dios.


Que podemos conocer sólo su infinita misericordia revelada en el sacrificio del Hijo.


En otras palabras, San Juan Pablo II argumenta claramente, a partir del pasaje bíblico de Job, que el Dios castigador revelado por este episodio es no sólo parcial, sino distorsionado (Alejandro Bermúdez, Dios No Castiga, p. 10).


En efecto, él (Job) es consciente de no haber merecido tal castigo, más aún, expone el bien que ha hecho a lo largo de su vida.


Al final, Dios mismo reprocha a los amigos de Job por sus acusaciones y reconoce que Job no es culpable.


El suyo es el sufrimiento de un inocente; debe ser aceptado como un misterio que el hombre no puede comprender a fondo con su inteligencia (Salvifici Doloris 11).


El tema de que Dios NO castiga es una parte importante de nuestra tradición católica, mayormente arraigada en México.


Cuando llegan los españoles al imperio mexica, observan una religión llena de simbolismos y sacrificios, que iban desde la entrega de la vida misma por las deidades como el sol, hasta pequeños sacrificios como atravesarse la lengua con una espina de maguey.


Por el contrario, parte de la historia de la Iglesia en la Nueva España se mezcló con las imágenes sufrientes y dolientes, y la comprensión del dolor de los pueblos indígenas.


Es la razón por la cual los mexicas lo hacían, para no hacer enojar a sus dioses.


Ante la pregunta que se hacen muchos católicos: “Si Dios Padre Omnipotente se hace cargo de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal?”, la Iglesia Católica responde:


A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa, no se puede dar una respuesta simple.


El conjunto de la Fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta. No existe un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal (Catecismo de la Iglesia Católica, n 272).


Para quien no tiene fe, todo discurso sobre las tribulaciones y los padecimientos que afligen a la humanidad en general, y a cada hombre en particular, resulta no sólo arduo y oscuro, sino además no idóneo para proponer soluciones persuasivas, impotentes para aplacar la inquietud, para asegurar o suscitar la esperanza (Bermúdez p. 28).


Por lo tanto:


Dios, por definición inmensamente bueno, entonces NO ha creado el mal. Ni tampoco se debe a un Principio, casi a una divinidad prepotente y maléfica, que lo ha diseminado en el mundo. La causa real está en la rebelión de Adán.


Y esta es una verdad de la fe católica (Bermúdez p. 29).


Nuestro dolor, el de todos los días, nuestro sufrimiento, la esencia de que somos totalmente humanos, está altamente relacionado con la Pasión de Jesús, es ahí donde estamos unidos al Salvador, de quien obtenemos esta gracias de sobrellevar nuestras aflicciones.


El dolor como puro castigo, encaminado a compensar y a equiparar en cierto modo la culpa, nunca ha existido y no es tampoco pensable.


Jesucristo también ha contestado radicalmente la mentalidad que relacionaba aflicción y culpa personal, redireccionando la desgracia hacia un designio divino. Sobre el ciego de nacimiento dijo: “No ha pecado él ni sus padres, sino que es así para que en él se manifiesten las obras de Dios” (Juan 9, 3) [Bermúdez p. 34].


Hoy en día, amable lector, existen tesis fuertemente arraigadas de nuestro Dios castigador, que interpretan que el castigo “forma” a los católicos, tanto en acercarse a Dios, sólo por sanar sus heridas.


Y acercarse a Dios por el Amor que nos regala, ya sea por medio de su Hijo Jesucristo o por medio del Amor de María Santísima, queda relegado a segundo término o en ocasiones poco comprendido, cuando éste debería ser el principal momento de nuestra Fe.


A Dios NO le gusta castigar, es un Padre amoroso y misericordioso.


Desde el Antiguo Testamento observamos manifestaciones del Amor Misericordioso de Dios, como por ejemplo en el Salmo 103:


“Él, que todas tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias, rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y de ternura, mientras tu juventud se renueva como el águila.


“Clemente y compasivo es Yahveh, tardo a la cólera y lleno de amor, no se querella eternamente ni para siempre guarda rencor; no nos trata según nuestros pecados, ni nos paga conforme a nuestras culpas.


“Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Yahveh para quienes le temen; que Él sabe de qué estamos plasmados, se acuerda de que somos polvo” (Sal 103, 3-5. 8-10. 13-14).


Imaginar que Dios castiga, como resultado de nuestras acciones, es involucrar un corazón duro, en contra de sus propios hijos.


Es pensar de igual manera, que educar a nuestros hijos a punta de cinturonzazos, bofetadas y golpes es la ÚNICA opción para que sean hombres de bien. Nada más alejado de la realidad de un Amor de Padre.


La formación de nosotros los católicos radica en el Amor que aceptemos de Cristo, de su sacrificio para obtener nuestra salvación, de decirle:


¡Sí quiero Cristo, que me Ames, y acepto totalmente lo que a los ojos de Dios sea lo correcto!


Entonces nuestra relación con Dios crece, porque hacemos lo que al Padre le gusta, que confiemos plenamente en Cristo.


Por ello, los problemas a que nos enfrentemos, son parte de nuestra naturaleza humana, consecuencia de nuestras acciones, mismas que -como humanos- estamos destinados a equivocarnos constantemente, desde Adán mismo.


Entonces podemos concluir que Dios NO castiga.


Esto nos enseña que vivir es un camino para acercarnos a Jesucristo, por vía de María Santísima, en una decisión personal y libre.


Y como decía Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer:


¡Sin libertad no se puede amar a Dios!


Luego entonces, amigo lector, no nos quejemos del México que estamos viviendo, porque en ello nos quede claro: ¡Tenemos el País que queremos! Esa es mi apuesta, ¡y la de Usted?…


correo: luisnusa@outlook.com


Twitter: @LuisNSDG


 ¿Dios castiga?

No hay comentarios.:

Publicar un comentario